pio baroja
Me concentré, procurando hacer memoria. Me lo había recitado Clara, aquellatarde, delante de la iglesia de San Zeno. Venía en un libro que compré luego, cuando empecé a añorarla, y que también se perdió. Aunque no del todo sus palabras. Es un poema de Cavafis. Lo empecé arecitar despacito, en aquel cuarto revuelto y mal iluminado a modo de nana para el recuerdo. Y no sabía a quién se lo estaba dedicando. Seguramente a mí mismo, como siempre. Me desdoblaba en dosperfiles enfrentados que trataban de inflar el globo de la noche, de ponerle un remiendo más.
Cuando el viaje emprendas hacia Ítaca,
haz votos porque sea larga la jornada.
Llegar allí es tuvocación.
No debes, sin embargo, forzar la travesía.
Hice una pausa, sospechando que me había saltado alguna estrofa. No me acordaba de más. Mónica emitió un gemido de placer.
- ¿Ya no tienes ganas dellorar?
Negó con la cabeza. Sonreía adormilada.
- ¿Y tú? -preguntó después de un rato, sin abrir los ojos, en una voz tan confusa que casi no se le entendía.
- ¿Yo? No, mujer. Los ángeles de lasdespedidas nunca lloran. Ni duermen. Me voy a quedar ahí fuera, cosiendo con tus sueños viejos una silueta de sombra para que te acompañe en el viaje a Ítaca. Te la coseré a los pies. Y así el cuentoacabará bien. Un remiendo que tal vez dure poco, porque nada en este mundo dura mucho, pero también se puede disfrutar de lo efímero, ¿no te parece?
No contestó. Se había dormido.
Me quedé mirando eldesorden del cuarto con una sensación muy aguda de irrealidad. Pero totalmente seguro, por otra parte, de estar después de mucho tiempo en el sitio que me correspondía y haber dicho lo que tenía quedecir. Es algo que pasa muy pocas veces. Y suspiré complacido. A mí mismo me extrañaba haber sido capaz de inyectar consuelo y dulzura a un ser desesperanzado, y más aún que me hubiera salido de...
Regístrate para leer el documento completo.