PLANETAS MORALES

Páginas: 108 (26776 palabras) Publicado: 20 de septiembre de 2014
El cuento de Natalia Ginzburg, El camino que va a la ciudad, narra el proceso de aprendizaje de la doctrina feminista de Delia,
por la influencia y tutoría de su hermana mayor. Delia admira cómo su hermana tiene amantes sin que su marido se dé
cuenta de ello, sin embargo no llega a ser promiscua, sólo copia la coquetería, la displicencia luego de dar a luz, y la forma de
dominar a Giulio, sumarido.

Natalia Ginzburg

El camino que va a la ciudad
e Pub r1.0
I b nK ha l d un 27.06.14

Título original: La strada che va in cittá
Natalia Ginzburg, 1942
Traducción: Arantxa Iturrioz
Diseño de cubierta: Juan López de Ael
Editor digital: IbnKhaldun
ePub base r1.1

«Las fatigas de los necios serán su tormento,
porque ellos no conocen el camino que va a la ciudad.»

ElNini vivía con nosotros desde que era pequeño. Era hijo de un primo de mi padre. Se había
quedado huérfano y habría debido vivir con su abuelo, pero el abuelo le pegaba con una escoba y él se
escapaba y venía a nuestra casa. Hasta que el abuelo murió y entonces le dijeron que podía quedarse
con nosotros.
Sin el Nini éramos cinco hermanos. Mayor que yo era mi hermana Azalea, que estaba casada yvivía en la ciudad. Detrás de mí venía mi hermano Giovanni, después estaban Gabriele y Vittorio. Se
dice que una casa en la que hay muchos hijos es alegre, pero yo no encontraba nada alegre en nuestra
casa. Esperaba casarme pronto y marcharme como había hecho Azalea. Azalea se había casado a los
diecisiete años. Yo tenía dieciséis pero todavía nadie había pedido mi mano. También Giovanni y elNini querían marcharse. Sólo los pequeños estaban todavía contentos.
Nuestra casa era una casa roja con la fachada cubierta de parra. Dejábamos nuestra ropa en la
barandilla de la escalera, porque éramos muchos y no había suficientes armarios. «Ox, ox, —decía mi
madre, echando a las gallinas de la cocina—, ox, ox…». El gramófono estaba todo el día en marcha y
como no teníamos más que un disco,la canción era siempre la misma y decía
Manos de terciopelóo
Manos perfumadáas
de tal modo embriagáais
Que expresar no puedóo.
Esta canción en la que las palabras tenían una cadencia tan extraña nos gustaba mucho a todos
nosotros, y no hacíamos más que repetirla al levantarnos y al meternos en la cama. Giovanni y el
Nini dormían en una habitación al lado de la mía y por la mañana medespertaban dando tres golpes
en la pared, yo me vestía deprisa y salíamos corriendo a la ciudad. Había más de una hora de camino.
Una vez en la ciudad, nos separábamos como tres desconocidos. Yo iba a buscar a una amiga y
paseaba con ella bajo los soportales. Algunas veces veía a Azalea, con la nariz roja bajo el velo, que
no me saludaba porque no llevaba sombrero.
Comía pan y naranjas a la orilladel río con mi amiga, o iba a casa de Azalea. La encontraba casi
siempre en la cama leyendo novelas, o fumando, o hablando por teléfono con su amante, discutiendo
porque era celosa, sin preocuparse en absoluto de que pudieran oírla los niños. Después llegaba su
marido y también con él discutía. Su marido era más bien viejo, con barba y gafas. Le hacía poco caso
y leía el periódico, suspirandoy rascándose la cabeza. —Que Dios me ayude —murmuraba de vez
en cuando para sí. Ottavia, la criada de catorce años, con una gruesa trenza negra despeinada, con el
niño pequeño en brazos, decía desde la puerta: —La señora está servida—. Azalea se ponía las
medias, bostezaba, se miraba un buen rato las piernas, e íbamos a sentarnos a la mesa. Cuando
sonaba el teléfono Azalea enrojecía, retorcíala servilleta, y la voz de Ottavia decía en la otra
habitación: —La señora está ocupada, llamará más tarde—. Después de la comida el marido salía de
nuevo, y Azalea volvía a echarse en la cama y se dormía al momento. Su rostro entonces se volvía
afectuoso y tranquilo. El teléfono mientras tanto sonaba, las puertas daban golpes, los niños gritaban,
pero Azalea seguía durmiendo, respirando...
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