Planilandia
nuestros problemas y conmueven nuestras emociones. Aunque sean planos físicamente,
sus características están bien redondeadas. Son parientes nuestros, de carne y hueso
como nosotros. Retozamos con ellos en Planilandia. Y retozando, nos hallamos de
pronto nosotros mismos contemplando de un modo nuevonuestro mundo rutinario con
el asombro boquiabierto de la juventud.
En Planilandia podíamos escapar de una prisión bidimensional pasando
brevemente a la tercera dimensión y saliendo de ella al otro lado de la pared de la cárcel.
Pero eso es porque esa tercera dimensión es espacial. Nuestra cuarta dimensión, el
tiempo, aunque sea una verdadera dimensión, no nos permite escapar de una cárceltridimensional. Nos permite salir, pues si esperamos pacientemente a que pase el tiempo,
nuestra condena se habrá cumplido y nos pondrán en libertad. Pero no es posible una
fuga, claro está. Para fugarnos debemos viajar a través del tiempo hasta un momento en
que la cárcel esté abierta de par en par o en ruinas o no se haya construido aún; y
entonces, una vez hayamos salido, debemos invertirla dirección de nuestro viaje en el
tiempo para volver al presente.
A pesar de los años transcurridos, tan densos en acontecimientos, este relato de casi
setenta años de antigüedad no muestra el menor signo de envejecimiento. Se mantiene tan
lleno de vida como siempre, un clásico intemporal de perenne fascinación que parece
escrito para hoy. Desafía, como todo arte grande, al tiranoTiempo.
SI Mi POBRE amigo de Planilandia conservase el vigor mental de que gozaba
cuando empezó a redactar estas memorias, no tendría yo ahora necesidad de
representarle en este prefacio, en el que él desea, primero, dar las gracias a sus lectores
y críticos de Espaciolandia, cuya estimación de su obra ha exigido, con inesperada
celeridad, una segunda edición de ella, segundo, disculparse porciertos errores y erratas
(de las que él no es sin embargo enteramente responsable); y, tercero, explicar una o
dos concepciones erróneas. Pero él no es ya el Cuadrado que fue una vez. Años de
presidio, y la carga aún más pesada de la incredulidad y burla generales, unidos a la
decadencia natural de la vejez, han borrado de su mente muchas ideas y conceptos, y
también mucha de laterminología que adquirió durante su corta estancia en
Espaciolandia. Me ha rogado por ello que conteste en su nombre a dos objeciones
específicas, de naturaleza intelectual una y de naturaleza moral la otra.
La primera objeción es que un planilandés, al ver una línea, ve algo que debe ser
grueso y a la vez largo a la vista (pues no sería visible si no tuviese algún grosor); y en
consecuenciadebería (se alega) reconocer que sus compatriotas no son sólo largos y anchos sino también (aunque sin duda en un grado muy débil) gruesos o altos. Esta
objeción es plausible, y, para los espaciolandeses, casi irrebatible, así que, lo confieso,
cuando la oí por primera vez, no supe qué contestar. Pero la respuesta de mi pobre y
buen amigo me parece que la contesta satisfactoriamente.
-Admito-dijo él, cuando le mencioné esta objeción-, admito la veracidad de los
datos de vuestro crítico, pero rechazo sus conclusiones. Es cierto que tenemos en
realidad en Planilandia una tercera dimensión no reconocida llamada «altura», lo
mismo que es cierto que vosotros en Espaciolandia tenéis en realidad una cuarta
dimensión no reconocida, a la que no se le da ningún nombre en este momento,pero
que yo llamaré «altura extra». Y el hecho es que nosotros no podemos tener más
conocimiento de nuestra «altura» del que podéis tener vosotros de vuestra «altura
extra». Y ni siquiera yo (que he estado en Espaciolandia y he tenido el privilegio de
asimilar durante veinticuatro horas el concepto de «altura»), ni siquiera yo puedo
ahora comprenderlo, al no apreciarlo con el sentido de la...
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