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Páginas: 30 (7494 palabras) Publicado: 22 de agosto de 2013
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Rudyard Kipling
AL FINAL DEL CAMINO
Está plomizo el cielo y rojos nuestros rostros
Y abiertas y agrietadas las puertas del Infierno;
Se desatan y braman los vientos infernales
Y se alza el polvo hacia el rostro del Cielo;
Descienden las nubes como una ardiente sábana
Que envuelve y cubre pesadamente el cuerpo;
Y el alma del hombre se aparta de su carne,
Se aparta de susinsignificantes ambiciones
Y siente el cuerpo enfermo y lleno de congoja
Y se eleva su alma como polvo en el camino,
Se desprende de su carne y la abandona
Mientras resuenan estridentes las trompetas del cólera.
Canción del Himalaya
Cuatro hombres, cada cual con derecho a «la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad», estaban
sentados a una mesa jugando al whist. El termómetro marcabacasi 39°. La habitación se hallaba casi en
sombras, hasta el extremo de que sólo se podían distinguir los puntos de las cartas y las pálidas caras de los
jugadores. Un pobre punkah, de calicó blanqueado y hecho jirones, movía el aire caliente y gemía de modo
lúgubre a cada pasada. Fuera, el día era tan melancólico como un día de noviembre en Londres. No había
cielo, sol ni horizonte... nada másque una calina de color pardo y púrpura. Era como si la tierra se estuviera
muriendo de apoplejía.
De vez en cuando, nubes de polvo leonado se alzaban de la tierra sin viento ni aviso, volaban como
manteles entre las copas de los árboles secos, y descendían de nuevo. O un torbellino de polvo recorría a
toda velocidad la llanura durante un par de millas para luego deshacerse y caer, aunque nohabía nada que
pudiera detenerlo salvo una larga y baja hilera de traviesas apiladas, blancas de polvo, un grupo de cabañas
hechas de barro, vías de ferrocarril abandonadas y lona; y el bungalow de cuatro habitaciones,
desproporcionadamente bajo, que pertenecía al ingeniero ayudante encargado de una sección de la línea de
ferrocarril del Estado de Gaudhari, por aquel entonces en construcción.Los cuatro, vestidos con la ropa más ligera posible, jugaban al whist de mal humor, riñendo sobre
ventajas y ganancias. No era el mejor whist del mundo, pero se habían tomado bastante trabajo para poder
jugar. Mottram, el agrimensor, había cabalgado treinta millas y viajado en tren otras cien desde su solitario
puesto en el desierto durante la noche anterior; Lowndes, del servicio civil,destinado en misión especial al
departamento político, había hecho un camino igual de largo para escapar por un momento de las miserables intrigas de un empobrecido Estado indígena, cuyo rey adulaba y fanfarroneaba alternativamente
para conseguir más dinero de las lastimosas contribuciones impuestas a campesinos explotados y
desesperados criadores de camellos; Spurstow, el médico de la compañía deferrocarriles, había
abandonado un campamento de coolies atacado por el culera para velar por sí mismo durante cuarenta y
ocho horas, reuniéndose con hombres blancos una vez más. Hummil, el ingeniero ayudante, era el anfitrión.
Tenía un domicilio fijo y en consecuencia recibía a sus amigos todos los domingos, si es que podían ir.
Cuando uno de ellos no aparecía enviaba un telegrama a su últimadirección, para saber si el ausente estaba
vivo o muerto. Hay muchísimos sitios en el este donde no es bueno ni amable dejar que nuestros conocidos
desaparezcan de nuestra vista, incluso durante una breve semana.
Los jugadores no eran conscientes de sentir el menor aprecio entre sí. Se peleaban cada vez que se veían;
pero deseaban verse tan ardientemente como los sedientos quieren beber. Eranhombres solitarios que comprendían el terrible significado de la palabra soledad. Todos tenían menos de treinta años, y a esa edad es
demasiado pronto para que cualquier hombre posea un conocimiento semejante.

-¿Una Pilsener? -dijo Spurstow tras el segundo juego, secándose la frente.
-Lamento decir que se ha terminado la cerveza, y apenas queda suficiente soda para esta noche -contestó...
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