Popper....
PRÓLOGO
La presente colección de artículos y conferencias se puede considerar como una continuación de mi libro En busca de un mundo mejor [Barcelona, Paidós, 1994]. Ambos libros contienen algunas colaboraciones drásticamente orientadas al campo de las ciencias naturales y otras que están orientadas histórica o políticamente. El título de este libro, La responsabilidad de vivir, coincide con el título de su capítulo 12 ‐un ca‐ pítulo que influyó de manera decisoria en el corto pero pertinentemente importante «resumen como prólogo» que incluí en un volumen colectivo anterior. Me he esforzado por conceder también al prefacio de la presente recopilación más peso del que generalmente suelen tener los prólogos. La selección de los capítulos es fruto del trabajo conjunto de mi asistente, la señora Melitta Mew, y del doctor Klaus Stadler de la editorial Piper. A los dos me obliga el mayor agradecimiento. I «Cuestiones de conocimiento natural» reza el título de la primera parte del presente libro. Aquí me estoy refiriendo fundamentalmente a la biología y a la inconmensurable riqueza de las formas de la vida. Cuanto más penetremos en alguno de los muchos dominios de la biología ‐no importa desde qué perspectiva‐, tanto más inconcebible se manifiesta la riqueza de formas de las estructuras biológicas en cada nivel y tanto más maravilloso aparece su armónico funcionamiento conjunto. El último capítulo de la primera parte está dedicado a Johannes Kepler, quien con mayor ahínco buscó la armonía en la obra creadora física de Dios y vio recompensada su búsqueda con el hallazgo de las tres leyes, que determinan los movimientos de los planetas de manera muy abstracta, pero también sumamente armónica, y que llevan su nombre. Entre los tres gigantes del espíritu ‐los coetáneos Galileo y Kepler y su sucesor Newton‐, los cuales han creado conjuntamente (y con otros) nuestra ciencia de la naturaleza, quizá sea Kepler el más grande. Es con toda seguridad la personalidad más atractiva, más sincera y más modesta. Los tres eran investigadores apasionados y trabajadores infatigables; los tres llevaban a cabo un durísimo trabajo, a menudo decepcionante durante mucho tiempo, pero los recompensó la gran suerte del descubridor, que ve el mundo bajo una nueva luz: distinto, más hermoso, armónico e incluso mejor que cualquier ser humano antes que él, y sabe entonces que su duro trabajo ha sido bendecido por la suerte, por una casi inmerecida suerte, pues muy fácilmente hubiera podido suceder de otra manera.
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Únicamente Kepler, entre estos tres grandes mencionados, no sólo se conformó con cumplir su cometido, sino que también lo consignó todo por escrito con solicitud y franqueza. Y también entendió como ningún otro que los pensadores griegos de la antigüedad ‐desde Tales a Aristóteles, Aristarco y Tolomeo‐ fueron originariamente los que habían legado sus osadas ideas al predecesor de Kepler, a Copérnico. Su gran modestia ayudó a Kepler ‐más que a los otros dos‐a ser consciente una y otra vez de sus errores, pudiendo aprender así de ellos; errores que sólo podían superarse con las mayores dificultades. Estos tres gigantes espirituales se encontraban profundamente presos, cada uno a su manera, de una superstición. («Superstición» es un término que debemos emplear con muchísima precaución: con el conocimiento de que sabemos bien poco y de que es seguro que nosotros mismos, sin ser conscientes de ello, estemos atrapados en diferentes formas de ...
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