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Páginas: 12 (2960 palabras) Publicado: 11 de junio de 2013
8 Caballos... o 96 Hombres, Mujeres y Niños

¡Mea culpa, fue por culpa mía, mea máxima culpa! No puedo acallar mi remordimiento por ser, en parte, responsable de la muerte de mis padres y de mis dos hijos. El mundo comprende que no tenía por qué saberlo, pero en el fondo de mi corazón persiste el sentimiento terrible de que pudiera haberlos salvado, de que acaso me hubiese sido posible.
Corríael año 1944, casi cinco después de que Hitler invadió Polonia. La Gestapo lo gobernaba todo, y Alemania se estaba refocilando con el botín del continente, porque dos tercios de Europa habían quedado bajo las garras del Tercer Reich. Vivíamos en Cluj , ciudad de 100,000 habitantes, que era la capital de Transilvania. Había pertenecido antes a Rumania, pero el Laudo de Viena, de 1940, la habíaanexado a Hungría, otra de las naciones satélites del Nuevo Orden. Los alemanes eran los amos, y aunque apenas era posible abrigar esperanza ninguna, no sentíamos, si no rezábamos porque el día de la justicia no se retrasase. Entre tanto, procurábamos apaciguar nuestros temores y seguir realizando nuestros quehaceres diarios, evitando, en lo posible, todo contacto con ellos. Sabíamos que estábamos amerced de hombres sin entrañas —y de mujeres también, como más tarde pudimos comprobar—, pero nadie logró convencernos entonces del grado auténtico de crueldad a que eran capaces de llegar.
Mi marido, Miklos Lengyel, era director de su propio hospital, el "Sanatorio del Doctor Lengyel", moderno establecimiento de dos pisos y setenta camas, que habíamos construido en 1938. Cursó sus estudios enBerlín, donde consagró mucho tiempo a las clínicas de caridad. Ahora se había especializado en cirugía general y ginecología. Todo el mundo lo respetaba por su extraordinario talento y consagración a la ciencia. No era hombre político, aunque comprendía plenamente que estábamos en el centro de un verdadero maelstrom y en peligro constante. No tenía tiempo para dedicarse a otras ocupaciones. Confrecuencia veía a 120 pacientes en un solo día y se dedicaba a la cirugía hasta bien entrada la noche. Pero Cluj era una comunidad dinámica y progresiva, y nos sentíamos orgullosos de representar a uno de sus principales hospitales.
Yo también estaba consagrada a la medicina. Había estudiado en la Universidad de Cluj y me consideraba con méritos para ser la primera asistente quirúrgica de mi marido.La verdad era que yo había contribuido a terminar el nuevo hospital, poniendo en su decoración todo el cariño que siente la mujer por el color; y así había alegrado las instalaciones en la manera más avanzada.
Pero, aunque tenía una carrera, me sentía más orgullosa todavía de mi pequeña familia, integrada por dos hijos, Thomas y Arved. Nadie, pensaba yo, podía ser más feliz que nosotros. Ennuestro hogar residían mis padres y también mi padrino, el Profesor Elfer Aladar, famoso internista, dedicado al estudio e investigación del cáncer.
Los primeros años de la guerra habían sido relativamente tranquilos para nosotros, aunque oíamos con temor los relatos interminables de los triunfos de la Reichswehr. A medida que asolaban más y más territorios, iban disminuyendo los médicos y,especialmente, los cirujanos capaces de servir a la población civil. Mi marido, aunque prudente y bastante circunspecto, no hacía gran esfuerzo por ocultar ni disimular sus esperanzas de que la causa de la Humanidad no podría perderse del todo. Naturalmente, sólo hablaba con libertad a las personas de su confianza, pero había almas sobornables en todos los círculos y nunca podía saberse quién iba a ser elpróximo "espía". Sin embargo, las autoridades de Cluj lo dejaron en paz.
Ya en el invierno de 1939, observamos un indicio de lo que estaba ocurriendo en los territorios ocupados por los nazis, por entonces, brindamos refugio a numerosos fugitivos polacos, que se habían escapado de sus hogares después de haberse rendido los ejércitos de su patria. Los escuchábamos, les dábamos alientos y los...
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