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Estas lecturas me habían extrañado mucho en un principio, peropoco a poco descubrí que al leer pronunciaba con frecuencia los mismos sonidos que cuando hablaba. Supuse, por tanto, que encontraba en el papel signos de expresión que comprendía. ¡Cómo deseaba yoaprenderlos! Pero ¿cómo iba a hacerlo si ni siquiera entendía los sonidos que representaban? Sin embargo, progresé en esta materia, aunque a pesar de mis esfuerzos aún no podía seguir ningunaconversación. Comprendía claramente que aunque desea¬ba dirigirme a mis vecinos no debía hacerlo hasta no dominar su lenguaje, conocimiento que me permitiría hacerles olvidar lo deforme de mi aspecto, de lo cualme había hecho consciente a través del contraste.
Admiraba las perfectas proporciones de mis vecinos, su gracia, hermosura y delicada tez. ¡Cómo me horroricé al verme reflejado en el estanquetransparente! En un principio salté hacia atrás aterra¬do, incapaz de creer que era mi propia imagen la que aquel espejo me devolvía. Cuando logré convencerme de que realmente era el monstruo que soy, meembargó la más profunda amargura y mortificación. ¡Ay!, desconocía entonces las fatales consecuencias de esta deformación.
A medida que el sol empezaba a calentar más, y el día se alargaba, desaparecióla nieve, y vi aparecer los árboles desnudos y la oscura tierra. A partir de este momento, Félix estuvo más ocupado, y los angustiosos envites del hambre desaparecieron. Como descubrí más tarde, sualimentación era tosca pero sana y suficiente. Crecieron en el huerto nuevos tipos de plantas, que cocinaban, y estas muestras de bienestar aumentaban día a día así que avanzaba la primavera.
Apoyado ensu hijo, el anciano solía pasear un poco al mediodía cuando no llovía, pues tal era el nombre que daban al agua que desprendía el firmamento. Estas lluvias eran frecuentes, pero los fuertes...
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