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El término DISLEXIA nació para describir la dificultad en el aprendizaje de la lectura, escritura y/o cálculo en personas que no sufren déficit intelectual,sensorial o psicológico que la explique.
Más adelante fueron surgiendo otros términos para describir problemas en una sola de las habilidades; La DISGRAFÍA se asociaría a dificultades más focalizadasen la escritura o en la ortografía (disortografía). La DISCALCULIA afectaría más a los números y a la mecánica de las operaciones básicas.
En la España de los 80, cualquier alumno normal quesufriera dificultades, independientemente de su edad y de la gravedad de los síntomas, era sospechoso de tener “dislexia” (al igual que tenemos “disfonía”, más allá de la edad en que aparezca y de lagravedad de la ronquera).
Tras años de dudas sobre las causas y fracasos en las soluciones, fueron surgiendo nuevas teorías y nuevas metodologías que lejos de mejorar, empeoraron la situación.
Secomenzaron a publicar conclusiones basadas en supuestos estudios “científicos” que terminaron por clasificar las dificultades para leer en múltiples grupos según los síntomas o la evolución que conseguían.Como consecuencia se han desarrollado pruebas que diagnostican “retraso lectoescritor”, inmadurez lectoescritora”, “dislexia evolutiva”, “dislexia madurativa”, “dislexia adquirida”, “dislexiafonémica”, “dislexia fonológica”, etc. y que, por supuesto, cuando llega el momento de pasar a SOLUCIONARLO, no se dan garantías de eficacia metodológica al menos que esperemos unos años de evolución.Las consecuencias son muy graves. El 80% de los “disléxicos” son confundidos con “cortitos”, “inmaduros”, “inatentos”, “inquietos” o “malcriados” y por tanto las recetas para solucionarlo irán girandoentre la repetición de curso para que vaya madurando, los cambios disciplinarios o el intento de mejora de la capacidad de atención (que termina en muchos casos convirtiéndose en “el timo de la...
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