prevencion
– ¡Por Dios! ¿No puede toser más bajo? –dijo Prooge.
Prooge era el dueño de la fábrica que desde hacia diez años gestionaba el negocio con mano dura. Demasiada mano dura, según todos los empleados. La crisis nohabía afectado a la productividad y, menos aún, a las cuentas. Aunque, bien mirado, esa solvencia se debía a que Prooge no había invertido nada en eso que llamaban prevención de riesgos laborales. Para Prooge, todo eso de la seguridad en el trabajo eran cosas sin importancia.
Carlos miró alejarse al señor Prooge con cierta ira, pero sabiendo que no podía replicarle o perdería el trabajo.Alentrar en el despacho, Elena, su secretaria, le anunció las citas para el día siguiente.
– Señor Prooge, los del muelle me han preguntado si sería posible aplazar la recepción de material de aquí a dos días.
– ¿Por? –dijo Prooge con cara de hastío.
– Mañana es Navidad, señor Prooge.
– Es un día más, como otro cualquiera. ¡Que trabajen!
Al entrar en el despacho, cerró la puerta con un fuerte golpeque hizo sobresaltarse a Elena y casi caerse del taburete. Le dolía la espalda por estar sentada en ese asiento tan precario. La mesa era muy pequeña, imposibilitando apoyar las muñecas para escribir en el ordenador y apenas tenía luz, algo que había provocado el aumento de dolores de cabeza. Pero como todo el mundo, Elena no se quejaba.
El señor Prooge entró en el almacén antes de irse a casa yun trabajador, del cual desconocía su nombre, se acercó a él.
– Señor Prooge, verá, tengo que subirme a ese piso para colocar las cargas, pero no hay barandilla y tengo bastante miedo.
– ¿Cómo se llama usted?
– Mario.
– Bien Mario, quiero que sepa que la solución para que no tenga miedo puede ser no venir más a trabajar. ¿Qué le parece?
Mario tragó saliva. Miró al suelo, evitando cruzarse conesa mirada dura y severa del señor Prooge.
Sin añadir nada más, Prooge se fue. La noche estaba ya muy avanzada al salir a la calle. Las luces de Navidad estaban encendidas. Se oían los villancicos de las tiendas. El señor Prooge torció el gesto ante aquel espectáculo.
Llegó a casa y evitó encender la calefacción para no gastar dinero, aunque no le hacía falta ahorrar, pues era bien sabido portodos que era el hombre más rico del pueblo.
Cenó algo rápido y se fue a dormir ya que al día siguiente había que trabajar.
De repente, oyó un ruido que procedía de la cocina. Bajó poco a poco, con un jarrón en la mano por si tenía que defenderse de algún intruso.
Su corazón se aceleró al ver a alguien de espalda, comiendo algo. ¿Cómo había entrado en su casa?
– ¿Qué hace en mi casa?
La figurase giró y Prooge se quedó boquiabierto. Allí estaba su amigo Charley, un gran empresario que murió hacía un año.
– Hola Prooge.
– Pero… ¡si tú estás muerto!
– Sí. He venido a decirte que esta noche tendrás tres visitas de tres fantasmas distintos que espero te hagan cambiar para que no caigas en el mismo error que yo.
Charley le enseñó las cadenas que rodeaban su cuerpo.
– ¿Qué son estascadenas?
– Mis errores –al decir esto, la figura de Charley se desvaneció.
Prooge tardó algunos segundos en reaccionar. ¿Había sido efecto del sueño? “Seguramente”, pensó. Volvió a su cama y se tapó bien, deseando que el próximo sueño fuera más gratificante.
Una luz intensa despertó al señor Prooge. Toda la habitación estaba iluminada con una luz blanca que provenía de la puerta. Su intensidaddisminuyó y vio una figura vestida de blanco. Le repugnó ver que su rostro carecía de nariz.
– ¿Quién eres?
– Soy el fantasma de la Higiene Industrial.
– ¡Tú no existes! –gritó Prooge.
Pero el fantasma no respondió. Se acercó y agarró la mano fría de Prooge. Se elevaron del suelo y dieron vueltas y vueltas, notando que el mundo se convertía en una espiral.
Al abrir los ojos, se encontraban...
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