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Marcela Serrano
Diez mujeres
Las locas, ahí vienen las locas, dirán los trabajado
res del lugar, espiándolas detrás de los árboles. Natasha no
sabe bien qué la divierte más, observar el desconcierto de
esos hombres recios con picos y azadones en las manos, o
a las mujeres que en ese momento descienden de la enor
me camioneta. Una a una vanbajando y pisan con firme
za la tierra esparcida de maicillo, como si quisieran tener
los pies bien firmes en ella.
Quizás a alguna le entretenga la idea de ser objeto
de observación o de sospecha, piensa, y recuerda a Andrea
diciendo alegremente al despedirse el jueves pasado: ¡aví
sales, Natasha, que somos sólo un poco neuróticas y no
locas de atar!
Sin pudor, los hombres han dejado de trabajary,
apoyándose en sus herramientas, las miran. Hay para todos
los ojos. El que las prefiera morenas tiene más donde elegir.
Bajas, altas, jóvenes, viejas, delgadas y entradas en carnes. Son
nueve mujeres. Son muchas mujeres. El pasto ya se cortó,
descansan las bolsas plásticas negras abundantes de chépica
sobre el tronco de dos paltos enormes. El aroma fresco llega
hasta la casa principal delinstituto y a Natasha se le mezcla
el olor del pasto con el de la cordillera. Al prestar el lugar, el
director avisó: los sábados hacen el jardín. A los ojos de Na
tasha, más que un jardín éste es un parque. Ella quisiera
distinguir el nombre de tanto árbol, sólo el magnolio, los
aromos y los jacarandás le resultan conocidos, los tiene igua
les en su casa de campo en el valle del Aconcagua. Pero aquíestá en las afueras de Santiago y la cordillera de Los Andes
parece una desvergonzada mostrando sus atributos.
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Un poco titubeantes caminan las mujeres hacia la
casa. Algunas miran arrobadas el parque y el colorido de
las flores, otras hablan entre ellas. Mané ha tomado del
brazo a Guadalupe, reclinándose sobre su hombro. Me
nuda pareja: la mayor y la menor. Natasha piensa que es
lacuriosidad la que salvará siempre a Mané, no le cabe
duda que ya ha averiguado todo sobre los piercings en la
nariz y en la oreja de su compañera y que ha pasado su
mano por esa cabeza casi rapada. Y que Guadalupe se ha
divertido, ella que es tan proclive a la risa. Al menos llevan
media hora todas juntas desde que subieron en la camio
neta a la salida del metro Tobalaba. Calcula que a la altu
ra deavenida Ossa, Juani o Simona han roto el hielo y
que, entrando en Peñalolén, han logrado distender a las
más cohibidas. Quizás le han arrancado una sonrisa a
Layla. O la voz a Luisa. Andrea se ha quedado atrás, ¿qué
hace? Natasha sonríe: firma un autógrafo. El jardinero
que hace un momento podaba unas rosas ha tirado las
tijeras al suelo y en un arrebato de osadía ha partido detrás
de ella. Lo mismosucede en la consulta o en el hospital,
Andrea vive dando autógrafos, es su karma. Ana Rosa ha
quedado a medio camino, supone que debe avanzar con
las otras pero está embelesada mirando a Andrea, no pue
de apartar sus ojos de ella. Francisca, con la cartera de
cuero de cocodrilo abierta —es que nunca la cierra—, en
ciende un cigarrillo, aterrada de que se lo vayan a prohibir
durante el día. Seve menos pálida Francisca, qué ganas de
dejarla al sol en vez de encerrarla en una sala. Y se ha pues
to jeans hoy día, será la primera vez que la vea informal.
Simona, forrada en una ruana de alpaca blanca, se le acerca
y le pide fuego. Aspiran el humo con placer, con el sol en la
cara, aprovechando el último minuto en que pueden ha
cerlo. Mis dos pacientes más antiguas, se dice Natasha, y
esla primera vez que las veo juntas. Irracionalmente pien
sa cuánto le gustaría que se conocieran más allá de este día,
que se tuvieran la una a la otra.
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Detrás de la ventana, sujetando una cortina de
velo, Natasha las mira a todas con detención. Trata de ima
ginarse la mañana de este día y a cada una preparándose
para asistir a la reunión. Aunque su intención es mantener
una cierta...
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