primeras paginas tejedora coronas 2

Páginas: 41 (10089 palabras) Publicado: 22 de julio de 2015
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Empieza a leer... La tejedora de coronas

I

Al entrarse la noche, los relámpagos comenzaron a zigzaguear sobre el mar, las gentes devotas se persignaron ante el
rebramido bronco del trueno, una ráfaga de agua salada, levantada por el viento, obligó a cerrar las ventanas que daban hacia
occidente, quienes vivían cerca de la playa vieron el negro horizonte desgarrarseen globos de fuego, en culebrinas o en hilos
de luz que eran como súbitas y siniestras grietas en una superficie de bruñido azabache, así que, de juro, mar adentro había
tormenta y pensé que, para tomar el baño aquella noche, el quinto o sexto del día, sería mejor llevar camisola al meterme en la
bañadera, pues ir desnuda era un reto al Señor y un rayo podía
muy bien partir en dos la casa, perotendría que volver al cuarto,
en el otro extremo del pasillo, para sacarla del ropero, y Dios
sabía lo molondra que era, de suerte que me arriesgué y desceñí
las vestiduras, un tanto complicadas según la usanza de aquellos
años, y quedé desnuda frente al espejo de marco dorado que reflejó mi cuerpo y mi turbación, un espejo alto, biselado, ante cuyo inverso universo no pude evitar la contemplaciónlenta de
mi desnudo, mi joven desnudo aún floreciente, del cual ahora,
sin embargo, no conseguía enorgullecerme como antes, cuando
pensaba que la belleza era garantía de felicidad, aunque los mayores se inclinaran a considerarla un peligro, no conseguía enorgullecerme porque lo sabía, no ya manchado, sino invadido por
una costra, costra larvada en mi piel, que en los muslos y en el
vientre se hacíallaga infamante, para purificarme de la cual sería
necesario que me bañara muchas, muchas veces todos los días,
tantas que no sabía si iba a alcanzarme la vida, costra inferida por
la profanación de tantos desconocidos, tantos que había perdido la cuenta, durante aquella pesadilla de acicalados corsarios

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y piratas desarrapados que, transcurridos todos aquellos meses,
con el horror medioempozado en los corazones y la peste estragando todavía la ciudad, aún dominaba mis pensamientos, apartándolos del que debía ser el único recuerdo por el resto de mi
vida, el de Federico, el muchacho ingenuo y soñador que creía
haber descubierto un nuevo planeta en el firmamento, el adorable adolescente que me había hecho comprender el sentido de esos
encantos ahora nuevamente resaltados por elespejo, el orden
y la prescripción del fino dibujo de mis labios, el parentesco de
mi ancha pelvis con la del arborícola cuadrúpedo, la función nada maternológica ni mucho menos lactante de mis eréctiles pezones y, en fin, el muchacho cuya memoranza me hacía bajar de
tristeza los ojos, sólo para repasar con ellos el delicado nudo de
los tobillos, bajo los cuales se cimentaba la espléndida arquitectura,para torcer el gesto ante las rodillas firmes y antiguas, como moldeadas al torno, para ascender voluptuosamente por la
vía láctea de los muslos hasta detenerlos en el meandro divino,
en el delta codiciado por el que medievales caballeros cruzaron
sus espadas en justas de honor, perfecto intercolumnio cuyos soportes cilíndricos habían de rostrar, no los espolones de las naves fenicias, sino lassuaves garras del amor, y tras escalar con un
estremecimiento el declive ligero de la pelvis y el vientre, dirigirlos hacia el ombligo egipcio y diminuto, para pensar en lo bella
que una cicatriz puede llegar a ser si se le sujeta bien un cabezal y se la deja secar, como había visto hacer con los recién nacidos, e imaginar a Federico otra vez desnudo frente a mí y preguntarme si era bello también elombligo de Federico, su masculino ombligo irrecordable, si era bello su pecho como el mío que
ahora hacía más retador amparando con las manos la parte inferior de los senos y fijando la vista en los pezones rosados y ya
erectos, como ágatas incrustadas en el centro de un escudo,
cuando sólo restaba ir paseando los ojos sobre el reflejo del cuello marmóreo pero estrangulable, hasta la barbilla...
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