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Mi amo se está muriendo. Se está muriendo solo, sobre su catre duro, en esta helada
buhardilla, adonde penetra la nieve.
Mi amo es un poeta enfermo, joven, muy triste, y tan pálido como un cirio.
Se muere así, como vivió desde que lo conozco: silenciosamente, dulcemente, sin un grito ni
una protesta, temblando de frío entre las sábanas rotas. Y loveo morir y no puedo impedirlo
porque soy un perro. Si fuera un hombre, me lanzaría ahora mismo al arroyo, asaltaría al
primer transeúnte que pasara, le robaría la cartera e iría corriendo a buscar a un médico. Pero
soy perro, y, aunque nuestra alma es infinita, no puedo sino arrimarme al amo, mover la cola
o las orejas, y mirarlo con mis ojos estúpidos, repletos de lágrimas.
Quisiera almenos hablarle, consolarle, pues sé que aunque es muy desgraciado, ama la vida,
las cosas bellas y claras, el agua, los árboles…
Está tísico y morirá irremediablemente. Yo también lo estoy, pero ello importa poco. El es un
poeta, y yo un perro de la calle. Un perro —como hay tantos— a quien el poeta mantiene y
cuida a costa de tremendos sacrificios; un perro que, una cruda noche de invierno,lo asaltó
a la puerta de un tugurio, medio muerto de hambre y de fiebre. Me tomó entonces consigo,
me condujo a su casa, encendió la estufa y se asomó a mis ojos intranquilamente. Adiviné al
punto sus propósitos. Me dijo:
—¿Quieres ser mi amigo?
Aquella noche —y otras muchas— me cedió su leche, su pan duro, sus mantas viejas. Sin
embargo, no logré conciliar el sueño, agobiado por lamelancolía más terrible.
—"¿Qué podría yo hacer para ayudar a este hombre" —me preguntaba continuamente.
Y esta alma buena que llevamos todos los perros dentro me aconsejó al instante:
—"Seguirlo siempre a donde vaya".
Así lo he hecho. No me he apartado de él un segundo. Conozco, pues, todas sus penurias,
sus íntimas alegrías, sus versos; conozco su enfermedad, sus pensamientos, sus dudas ytodas sus zozobras. Mientras escribe, me acurruco entre sus pies y no oso respirar; mientras
duerme, yo duermo; cuando no come, no como yo tampoco; cuando sale a pasear, lo
acompaño siempre; vamos muy juntos —él delante, yo detrás— a la orilla del río solitario,
durante los atardeceres del estío. Cuando entra a alguna taberna lo aguardo en la puerta y,
si sale borracho, lo guío, lo guío através de los callejones obscuros, tortuosos.
Desdichadamente el alcohol produce en su organismo desastrosos efectos. En vez de
tumbarse a dormir, según acostumbran a hacer otros hombres que conozco, se exaspera, se
enfurece. Escribe y rasga luego los papeles; golpea los muebles con sus puños; se asoma a
la ventana y gime; desgarra las sábanas y lo destroza todo. Yo escapo hacia cualquierrefugio,
pero él me busca y al encontrarme, se quita el cinto, lo sacude en el aire y, con las fuerzas
de que es capaz, comienza a golpearme bárbaramente, despiadadamente, hasta hacerme
sangrar por la boca.
—¡Bestia! ¡Bestia! —me grita.
Y yo callo sin moverme, soportando los golpes. Veo chorrear mi sangre y me bebo las
lágrimas. No protesto. Ni un gruñido impertinente, ni una sola actitud derebeldía. Pienso en
su rostro tan pálido, en sus pulmones enfermos, en su mirada tan honda, y me digo:
—"Ámalo, ámalo aunque te duelan los golpes".
Y lo amo. ¡Cómo no he de amarlo! Lo amo como a mi propia vida.
Más tarde, sofocado, febril, castañeteando los dientes, se deja caer sobre el catre. Yo salto a
su lado y, él, acogiéndome entre sus brazos frágiles, rompe a llorardesesperadamente.
—Mi Teddy, mi pobre Teddy… —me dice.
Entonces moja en agua su pañuelo sucio y me va limpiando, una a una, las heridas. A
continuación, quita las mantas del lecho, cubriéndome con ellas.
—¡Duerme! —prorrumpe sollozando—. No soy sino un malvado borracho. ¿Me perdonas?
Por complacerlo únicamente finjo dormir; pero escucho, escucho los poemas que él me ha
escrito y que repite a...
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