Profesor

Elementos para una
filosofía de la Familia
Francesco D’Agostino

Prologo
En un primer momento, puede resultar muy extraña la observación que, en Los demonios de Dostoievskij, hace
Kirillov a Satov, cuando éste le comunica que su mujer está a punto de dar a luz: «Siento mucho no saber dar a luz;
quiero decir, no saber dar a luz, sino no saber cómo hacer dar a luz... O, mejor... No, no séenunciarlo»1 .
Celan estas palabras un concepto no expresado, tal vez porque raya con lo inexpresable; y es eso lo que el lector
experimenta como una «extrañeza», es decir, como algo extraño, que no pertenece al universo ordinario de la
comunicación. Pero esa extrañeza obliga a reflexionar, por cuanto convierte precisamente el «dar a luz» en objeto de
interrogantes penosos y cargados deperplejidad; precisamente, decíamos, el «dar a luz», esto es, el acto en sí mismo
más universal y en cierto modo banal, por cuanto quien habla de ello necesariamente se ha visto implicado en él al
menos en el momento del propio nacimiento. ¿Qué es exactamente lo que quiere dar a entender Kirillov? Acaso lo que
en otra parte de la novela consigue expresar sin duda mejor y, esta vez, de formarigurosamente afirmativa: «Creo que el
hombre debe dejar de engendrar. ¿Qué sentido tienen los hijos, qué sentido tiene la evolución, si la meta ya ha sido
alcanzada? Se nos dice en el Evangelio que, después de la resurrección, los hombres ya no engendrarán, sino que serán
como los ángeles de Dios. Es toda una indicación»2.
En cuanto espíritu especulativo, Kirillov es sin duda modesto y, con frecuencia,oscuro; por lo demás —dice
Dostoievskij—, «se hacía un lío cuando pretendía componer una frase relativamente larga»3. Pero en esta ocasión su
pensamiento se demuestra lúcido y coherente. Quiere demostrar a la humanidad que ésta ha alcanzado la propia plenitud
y que, por consiguiente, debe dejarse invadir por la conciencia de esa responsabilidad: y una humanidad que ha
alcanzado semejanteestado no puede seguir entreteniéndose con juegos biológicos, como el de la procreación, que, en
fin de cuentas, la humillan. La experiencia nos demuestra que la exigencia de procrear no es en absoluto irreprimible; si
lo fuera, si no pudiera contenerse, constituiría un escándalo ineludible: la señal de que, en contra de lo que se

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pretende, la plenitud se encuentra todavía muy lejos ysólo la logrará, si se logra alguna vez, una descendencia muy
remota.
Sabemos que el suicidio es la idea fija de Kirillov: en un suicidio «metafísico» —fruto de una elección
absolutamente libre y, en virtud de ese carácter absoluto, verdaderamente «divina»—, descubre él la única posibilidad
con que el hombre cuenta para alzarse hasta la conquista de lo absoluto. En realidad, a un Kirillovtransformado en
apóstol del suicidio le resulta plenamente coherente hacerse también apóstol de la esterilidad voluntaria, si ésta se
entiende como la única indicación adecuada de que por fin los seres humanos han alcanzado el estado paradisíaco: los
«ángeles del cielo».
En fin de cuentas, todo se mantiene en pie conjuntamente: para Kirillov, negarse a la fecundidad equivale a
afirmar la vida, comototalidad lograda y conseguida; equivale a afirmar el suicidio, como única prueba empírica de
que el hombre, alcanzada la responsabilidad de ser Dios, goza de su misma «terrible libertad»; equivale a proclamar el
nuevo y absoluto dogma: «La vida existe, pero la muerte no existe de hecho»4. En efecto, procrear significa dar
entrada a nuevas vidas y, por lo mismo, renunciar (con conciencia o sinella, eso no importa) al propio espacio vital5;
significa aceptar como constitutiva la propia temporalidad; significa creer más en la muerte que en la vida. Por el
contrario, renunciar a la procreación significa afirmar que, en la propia identidad personal, la experiencia humana ha
llegado a su conclusión. Significa reconocerse como Dios.
¿Mitos? ¿Ilusiones? ¿Mixtificaciones? Sin duda. Pero...