pruebas
El astillero
CLUB BRUGUERA
Este libro está dedicado a Luis Batlle Berres.
Junio de 1960.
SANTA MARÍA-I
Hace cinco años, cuando el Gobernador decidió expulsar a Larsen (o Juntacadáveres) de la
provincia, alguien profetizó, en broma e improvisando, su retorno, la prolongación del
reinado de cien días, página discutida y apasionante —aunque ya casi olvidada— denuestra
historia ciudadana. Pocos lo oyeron y es seguro que el mismo Larsen, enfermo entonces por
la derrota, escoltado por la policía, olvidó en seguida la frase, renunció a toda esperanza que
se vinculara con su regreso a nosotros.
De todos modos, cinco años después de la clausura de aquella anécdota, Larsen bajó una
mañana en la parada de los «omnibuses» que llegan de Colón, puso un momentola valija en
el suelo para estirar hacia los nudillos los puños de seda de la camisa, y empezó a entrar en
Santa María, poco después de terminar la lluvia, lento y balanceándose, tal vez más gordo,
más bajo, confundible y domado en apariencia.
Tomó el aperitivo en el mostrador del Berna, persiguiendo calmoso los ojos del patrón hasta
obtener un silencioso reconocimiento. Almorzó allí,solitario y rodeado por las camisas a
cuadros de los camioneros. (Ahora éstos disputaban al ferrocarril las cargas hasta El Rosario
y los pueblos litorales del norte; parecían haber sido paridos así, robustos, veinteañeros,
gritones y sin pasado, junto con el camino de macadam inaugurado unos meses atrás.) Se
cambió después a una mesa próxima a la puerta y a la ventana para tomar el café con
gotas.Son muchos los que aseguran haberlo visto en aquel mediodía de fines de otoño. Algunos
insisten en su actitud de resucitado, en los modos con que, exageradamente, casi en
caricatura, intentó reproducir la pereza, la ironía, el atenuado desdén de las posturas y las
expresiones de cinco años antes; recuerdan su afán por ser descubierto e identificado, el par
de dedos ansioso, listo para subirhasta el ala del sombrero frente a cualquier síntoma de
saludo, a cualquier ojo que insinuara la sorpresa del reencuentro. Otros, al revés, siguen
viéndolo apático y procaz, acodado en la mesa, el cigarrillo en la boca, paralelo a la
humedad de la avenida Artigas, mirando las caras que entraban, sin otro propósito que la
contabilidad sentimental de lealtades y desvíos; registrando unas y otrascon la misma fácil,
breve sonrisa, con las contracciones involuntarias de la boca.
Pagó el almuerzo, con la exagerada propina de siempre, reconquistó su pieza en la pensión
de encima del Berna y después de la siesta, más verdadero, menos notable por haberse
aliviado de la valija, se puso a recorrer Santa María, pesado, taconeando sin oírse, paseando
ante la gente y puertas y vidrieras decomercios su aire de forastero incurioso. Caminó sobre
los cuatro costados y las dos diagonales de la plaza como si estuviera resolviendo el
problema de ir desde A hasta B, empleando todos los senderos y sin pisar sus pasos
anteriores; fue y volvió frente a la verja negra, recién pintada, de la iglesia; entró en la
botica, que seguía siendo de Barthé —más lento que nunca, más característico, másalerta—
, para pesarse, comprar jabón y dentífrico, contemplar como a la imprevista foto de un
amigo el cartel que anunciaba: «El farmacéutico estará ausente hasta las 17».
Insinuó después una excursión a los alrededores, fue bajando, aumentando el balanceo del
cuerpo, tres o cuatro de las cuadras que llevan a la convergencia del camino de la costa con
el que va a la Colonia, por la descuidadacalle en cuyo final está la casita con balcones
Juan Carlos Onetti 3
El astillero
celestes, alquilada ahora por Morentz, el dentista. Lo vieron más tarde cerca del molino de
Redondo, con los zapatos hundidos en el pasto mojado, fumando contra un árbol; golpeó las
manos en la granja de Mantero, compró un vaso de leche y pan, no contestó directamente a
las preguntas de los que trataron de...
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