pruebas

Páginas: 5 (1041 palabras) Publicado: 13 de abril de 2014
Sin esperar respuesta se echó a correr hacia las arenas de la caleta. Cerca dellugar donde estaban estacionados algunos botes y tendidas las redes, se detuvo y,sentándose con las rodillas abrazadas, me esperó.Me ubiqué frente a ella y en su misma postura. Sonreía. Estaba tan hermosaque experimenté una especie de angustia, algo como un dolor adentro, pero no delcuerpo: una desconocidasensación que, curiosamente, provenía del mismísimo deleitede admirarla y tenerla allí, al alcance de la mano, al entero recreamiento de la vista...y, sin embargo, algo me seguía doliendo.De pronto ella rompió la quietud: tomó un puñado de arena y, antes de que yopudiera hacerle el quite, me lo arrojó a la cara. Pero sí alcancé a cerrar reflejamentelos ojos: cuando ella se aprestó a repetir la agresión,yo me dejé caer con todo micuerpo sobre el suyo.-Eso no se hace -la reconvine.La tenía, como suele decirse, planchada, sujetas sus manos por las mías,gravitando a presión mis piernas sobre las suyas.-Nunca más -dijo con una vocecita delgada, enternecedora.-Promételo.-Sí, suéltame, suéltame.-Di que lo prometes.-Lo prometo, ya, ya.La dejé en libertad. Se volvió lentamente y quedó tendida de espaldasal sol. Mesenté a su lado; ella levantó la cabeza y me miró fija y dulcemente. Comoconsecuencia del forcejeo se le había desmoronado el moño, sin deshacerse del todo;una onda de su cabellera estaba por deslizarse y me incitó, sin pensarlo, de verasirreflexivamente, a retornarla a la madeja. Se la esponjé hacia arriba. Fue como unacaricia. Y era una caricia.Ella me cogió la mano, la mantuvo en lasuya y me palpaba los dedos y lapalma con su índice y pulgar.-Es suavecita -dijo-, como de guagüita.Y agregó:-Tú no trabajas.-Claro que no -contesté-. Estudio. Y tú, ¿qué haces?-Yo no -dijo.-¿No qué?, ¿qué haces?-Vivo ahí arriba, a veces.-¿A veces?

Miré hacia la cima de la cadena costera y distinguí tres construcciones demadera, características de las casas de los pescadores de la zona. Una erabastantemás grande. Vi también un sendero.-Sí, y a veces estoy en el circo.-¿En el circo?-Sí, con mi papá.-¿Y qué haces tú en un circo?No me contestó. Le repetí la pregunta y tampoco me respondió; estabaausente. Me soltó la mano y era como si mirara una nada que le infundía un reposo,un desarraigo que aumentó aún más su belleza. La sonrisa no desapareció del todo,pero ahora que los ojos no hacíanjuego con ella, ese gesto adquirió un mayor poderde expresión. Y esa expresión, aunque estaba llena de remanso, me inquietó. Yempecé a comprender.Entonces oí a lo lejos las voces de Jaime y Patricia, llamándome. De unmomento a otro aparecerían por el recodo. Tuve una sensación parecida a la queprecede al instante en que se es sorprendido o descubierto en algún acto vergonzoso oculpable. Sinembargo, no había allí nada que justificara esa impresión. Hasta elpropósito inicial estaba cumplido: había encontrado un camino apto para Marion.Yo, simplemente, no quería que mis amigos me vieran junto a mi desconocida,que ya empezaba a dejar de serlo, y la idea de que llegaran a acercarse a nosotros meconmocionó.-Tengo que irme -le dije a ella.Mi desconocida regresó a sí misma y a mí. Durante sueclipse no había oído lasvoces de mis amigos, lo cual me permitía un lapso para despedirme de ella, sin que seenterara de la causa de mi partida, no poco intempestiva. Pero no disponía de muchotiempo; Jaime y Patricia no tardarían en volver a llamarme o en aparecer.-Ven a verme -dijo ella, y su cara estaba otra vez llena de esa dicha candorosa.-Sí, claro que sí.-¿Cuándo?-Mañana. Sí, mañana en latarde.-Oh, qué bueno! Ven, ven a la hora del té, te voy a hacer pan amasado.Levantó un brazo, me atrajo y me besó en la cara.Después corrí, corrí velozmente hasta encontrarme con mis amigos. Les dijeque estaba todo solucionado: más rato podríamos alcanzar sin problemas el alto conMarion.Demoré cuanto pude el regreso.Cuando pasamos por la caleta, ella ya noestaba allí.

V
EN LA CASA DE...
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