psicoanalista

Páginas: 624 (155991 palabras) Publicado: 4 de noviembre de 2013
«Feliz aniversario, doctor. Bienvenido al primer día de su muerte». Así comienza el
anónimo que recibe el psicoanalista Frederick Starks, y que le obliga a emplear toda su
astucia y rapidez para, en quince días, averiguar quién es el autor de esa amenazadora
misiva que promete hacerle la vida imposible. De no conseguir su objetivo, deberá
elegir entre suicidarse o ser testigo de cómo, unotras otro, sus familiares y conocidos
mueren por obra de un psicópata decidido a llevar hasta el final su sed de venganza.
Dando un inesperado giro a la relación entre médico y paciente, John Katzenbach nos
ofrece una novela emblemática del mejor suspense psicológico.

John Katzenbach

El psicoanalista
ePUB r1.3
Carlos. 05.06.13

Título original: The Analyst
John Katzenbach, 2002Traducción: Laura Paredes Lascorz
Editor digital: Carlos.
Corrección de erratas: patrimope
ePub base r1.0

Para mis compañeros de pesca:
Ann, M eter, Phil y Leslie.

PRIMERA PARTE
UNA CARTA AMENAZADORA

1
El año en que esperaba morir se pasó la mayor parte de su quincuagésimo tercer cumpleaños
como la mayoría de los demás días, oyendo a la gente quejarse de su madre. Madresdesconsideradas,
madres crueles, madres sexualmente provocativas. Madres fallecidas que seguían vivas en la mente de
sus hijos. Madres vivas a las que sus hijos querían matar. El señor Bishop, en particular, junto con la
señorita Levy y el realmente desafortunado Roger Zimmerman, que compartía su piso del Upper
West Side y al parecer su vida cotidiana y sus vívidos sueños con una mujer de mal genio,manipuladora e hipocondríaca que parecía empeñada en arruinar hasta el menor intento de
independizarse de su hijo, dedicaron sus sesiones a echar pestes contra las mujeres que los habían
traído al mundo.
Escuchó en silencio terribles impulsos de odio asesino, para agregar sólo de vez en cuando algún
breve comentario benévolo, evitando interrumpir la cólera que fluía a borbotones del diván. Ojaláalguno de sus pacientes inspirara hondo, se olvidara por un instante de la furia que sentía y
comprendiera lo que en realidad era furia hacia sí mismo. Sabía por experiencia y formación que, con
el tiempo, tras años de hablar con amargura en el ambiente peculiarmente distante de la consulta del
analista, todos ellos, hasta el pobre, desesperado e incapacitado Roger Zimmerman, llegarían a esaconclusión por sí solos.
Aun así, el motivo de su cumpleaños, que le recordaba de un modo muy directo su mortalidad, lo
hizo preguntarse si le quedaría tiempo suficiente para ver a alguno de ellos llegar a ese momento de
aceptación que constituye el eureka del analista. Su propio padre había muerto poco después de
haber cumplido cincuenta y tres años, con el corazón debilitado por el estrés yaños de fumar sin
parar, algo que le rondaba sutil y malévolamente bajo la conciencia. Así, mientras el antipático Roger
Zimmerman gimoteaba en los últimos minutos de la última sesión del día, él estaba algo distraído y
no le prestaba toda la atención que debería. De pronto oyó el tenue triple zumbido del timbre de la
sala de espera.
Era la señal establecida de que había llegado un posiblepaciente.
Antes de su primera sesión, se informaba a cada cliente nuevo de que, al entrar, debía hacer dos
llamadas cortas, una tras otra, seguidas de una tercera, más larga. Eso era para diferenciarlo de
cualquier vendedor, lector de contador, vecino o repartidor que pudiera llegar a su puerta.
Sin cambiar de postura, echó un vistazo a su agenda, junto al reloj que tenía en la mesita situadatras la cabeza del paciente, fuera de la vista de éste. A las seis de la tarde no había ninguna anotación.
El reloj marcaba las seis menos doce minutos, y Roger Zimmerman pareció ponerse tenso en el diván.
—Creía que todos los días yo era el último.
No contestó.
—Nunca ha venido nadie después de mí, por lo menos que yo recuerde —añadió Zimmerman—.
Jamás. ¿Ha cambiado las horas sin decírmelo?...
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