Psicologia

* La epístola como invitación al saber
Mi interés por la psicología se remonta a unos años antes de mi ingreso a la facultad. Era la época dorada del conductismo en Xalapa. Para los más de nuestros maestros de entonces, todo acontecimiento que no fuera cuantificable, objetivo y repetible en condiciones análogas, caía en el terreno de la simple anécdota y cuando mucho podía aspirar a convertirseen ingrediente de la magia. Lo que no estaba nada mal como profilaxis pedagógica. Sin embargo, no hubo maestro de aquella progresista y emprendedora facultad que no fuera sensible a las artes, y entre ellos no falta quien incluso haya tomado la pluma para escribir algo que no sea su tesis de maestría o doctorado. Como ahora Ignacio Solares, ellos sabían deslindar el riguroso método científico--única vía de ascenso seguro al conocimiento de las leyes que gobiernan los fenómenos naturales-- de los no menos apasionantes senderos de la intuición, el presentimiento o la iluminación. Era tal el poder sugestivo de su discurso que muchos no teníamos empacho en estudiar cuanto nos cayera en las manos sobre el comportamiento más rigurosamente vigilado de ratas, monos o palomas de laboratorio,incluso a sabiendas de que nos faltaría mucho para llegar a comprender los procesos más complejos de la conducta y el pensamiento humanos.
Lector más compulsivo que ordenado desde un principio. Cuando llegué a la facultad --escuela hermanada entonces con las de biología, física y matemáticas-- todo lo que había leído de psicología, salvo algún manual muy rudimentario, se reducía a un puñado de obras deFromm, algo de Adler, una probadita de Jung y muy poco Freud. Mi entrada en la literatura universal, en cambio, se había dado por caminos más anchos y acaso más seguros: Homero y los griegos básicos, Shakespeare, Dostoievski, kilos de letras hispánicas, con especial atención a los clásicos del Siglo de oro, la llamada generación del 27 y la poesía mexicana del siglo XX. Nuestro autor estaría deacuerdo en que una iniciación semejante allanará el camino de cualquiera que se interese en el estudio de la psique.
Pero volvamos a nuestro asunto y pongámonos por un momento en el caso de Ignacio: un buen día nuestra hija, nos dice que le gustaría estudiar psicología pero necesita un panorama a vista de pájaro de lo que pueda ser esa ciencia. Poco más o menos, es lo que en buena hora le ocurrióal autor del libro que comentamos. Y la muchacha de nuestra historia sabe muy bien que tiene la ventura de contar con un padre no sólo escritor sino aficionado, pero muy en serio, a explorar la psicología y sus territorios aledaños.
El resultado no podría ser más feliz: un fascinante recorrido con degustación de lo más suculento de la historia de la psicología vista desde --digámoslo así no sintemor a caer en la simplificación excesiva--,tres grandes perspectivas del conocimiento: el psicoanálisis inaugurado por Sigmund Freud y continuado por estudiosos como Adler, Jung, Fromm, Lacan y Frankl; el conductismo fundado por Watson y apuntalado en firme primero por los experimentos de Pavlov y sus perros y después por los de Skinner con sus ratas y sus pichones; y, por último, la psicologíade William James, bastante más cercana al sentir de Solares, narrador, dramaturgo y ensayista que ha cultivado como pocos esas "otras" facultades que, por el momento, no alcanzo a nombrar sino refiriéndolas al espíritu, la intuición y el misticismo. Solares se propone hacer un recuento imparcial de los resultados o avances en estos terrenos y lo consigue en muy buena medida a lo largo de doscientaspáginas preparadas con esmero, delicadeza, cariño y entusiasmo.
Nos enteramos así de los primeros balbuceos del psicoanálisis (esa "triste mitología contemporánea", según Borges), de la dolorosa separación entre Sigmund Freud y aquel a quien tenía destinado el puesto de sucesor: Gustav Jung; de los principales puntos de divergencia entre las perspectivas de estos pioneros. Ignacio Solares nos...