psicología
A fuerza de ausencias uno se hace hombre y quiere mucho o quiere poco, pero nunca olvida losbesos sagrados de los amores fallidos ni esas caricias nunca entregadas. Seguí viviendo en la misma colonia, me hice novio de una prima de Daniela. Por medio de ella me enteré que aquella chica que me robó la calma ganó no sé que concurso de belleza a nivel estatal, que luego se casó con un tipo millonario que la abandonó después de unos años y un par de hijos. La volví a ver en alguna foto ycomprendí que había perdido mucho, pero no la belleza ni la capacidad de provocar deseos oscuros en los hombres. Ya luego me alejé mucho más, porque tuve que irme a estudiar a una extraña ciudad, con mi maleta de aspiraciones y mi agenda repleta de recuerdos.
De vez en vez el destino va y se carcajea a tu lado. Yo estaba sentado con un par de amigos en un bar común y corriente. El mesero era tanamable que no nos causó mucha confianza. Un grupo de malos músicos tocaba pésimas canciones, mientras algunos clientes bailaban con mujeres de minifaldas cortas y tarifas altas. Entonces se acercaron dos chicas que nos coquetearon con sus sonrisas de carmín exagerado. Una de ellas me guiñó un ojo, me tendió la mano y la encaminé hacia mi amigo Luis, quien la sentó en sus piernas. La otra se sentójunto a Héctor, le pidió que le invitara una copa y así sucesivamente. Me serví un trago más y estaba pensando si no era mejor largarme a un lugar más cálido, cuando una mujer escultural me pidió fuego para el cigarro que llevaba en la boca con estudiada sensualidad. Eso fue el pretexto para que se sentara e iniciara una conversación. “¡Qué bonita corbata!”, dijo y la tomó por la punta, procurandorozar con suavidad mi pierna. “¿No nos conocíamos?”, preguntó y respondí de inmediato que no, aunque a decir verdad sentí como si la hubiera visto antes. La miré con atención a los ojos y una descarga eléctrica atacó mis neuronas. “Tú te llamas Daniela”, comenté como imbécil. “No, estás mal, me llamo Daisy”, aclaró como queriendo borrar lo evidente. “Crecimos en el mismo barrio”, no debí haberlodicho. “Gracias por el fuego, guapo”, prefirió alejarse.
Daisy regresó más tarde y aceptó que se llamaba Daniela. Bebimos mucho, platicamos un poco, después ella se recargó en mi hombro. “Eres un encanto”, musitó como tratando de convencerme. En menos de una hora me contó su triste historia: mujer abandonada y con dos hijos, un par de maridos celosos, algunos amantes ocasionales y un chingo de...
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