maginemos un día normal en la vida de un ciudadano. Se levanta por la mañana, enciende la radio, y adormilado, escucha los primeros anuncios. Después, tantoa la ida como a la vuelta del trabajo, se encuentra rodeado de escaparates y vallas publicitarias. Si va en autobús, por dentro y fuera del vehículo, veráanuncios y si viaja en metro observará cada estación empapelada de propaganda publicitaria. Vuelve a casa y su buzón está lleno de reclamos y de atractivosfolletos de centros comerciales con fotografías de productos en oferta. Enciende la televisión y, mientras come, recibe, uno tras otro, multitud de reclamospublicitarios. Por la tarde sale de casa y va a pasear por las calles céntricas todas llenas de comercios, escaparates y anuncios. Si entra a un gran almacén,aunque sea sólo para hacer una pequeña compra, verá todo el centro comercial lleno de invitaciones al consumo: productos con llamativos envoltorios, ofertas,personas que se le acercan para sugerirle que pruebe y, en definitiva, compre algún producto. Para llegar al lugar donde va a hacer su compra pasa porcientos de tentaciones y promociones, mientras por los altavoces anuncian ofertas especiales y se anima al consumo. Cuando esté en casa es posible que reciba unallamada telefónica en la que, bajo la apariencia de una encuesta o de un sorteo, traten de ofrecerle un seguro o un apartamento para las vacaciones. Sienciende su ordenador y entra en Internet la pantalla se llenará de anuncios, y al mirar su correo electrónico se lo encontrará también lleno de publicidad.
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