Pulsión Y Culpa, La Derrota Del Asesino

Pulsión y culpa, la derrota del asesino.

En el avatar individual habrá siempre entidades que signifiquen un obstáculo para el logro de proyectos; evitar o suprimir figuras non gratas, representará una solución ―para algunos quizá la más fácil― en el momento de saciar ambiciones.
Será en tal escenario que se convenga al asesinato como elección contra circunstancias específicas, y serdescubierto ―o no― corresponderá a la casualidad puesto que el valor señero del asesinato es el atrevimiento, la contravención a la irreductibilidad de la vida: tanto pesa mi pie sobre tu pecho, tanto es mi proximidad a la omnipotencia. He ahí la excelsitud instintiva del asesino.

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Sin embargo, cierto es que a todo hecho advienen consecuencias. Dicho de manera más clara: toda causa engendra unefecto. Es el Hado el verdugo de todo asesino y de su poder huye la mano que se levanta contra la prójima carne. Ya que todo lo que incorpora un valor se corresponde con un precio ―y, quiérase o no, matar es un acontecimiento de sumo valor―, tarde o temprano el destino tasará la osada mano que suprime una existencia. Al respecto, sobra aquí la proclama de Cicerón (1963: pp 31-32): “¿quién no sabe queel mayor atractivo de un crimen es la esperanza de que quede impune?”.
El raciocinio del hombre es superior a su instinto, más no así a la conciencia propia, entendida ésta desde lo puramente moral. El hombre se traiciona a sí mismo. Mejor: el individuo ―al fin animal solo― se descubre en la intimidad. La culpa es el éter humano por excelencia, si no sobre qué moral nos asentaríamos. Y ¿por quéno?: la culpa es la espada justiciera del Destino.
Con esto no se cierra el círculo, se inaugura apenas el nudo donde crimen y perfección se anulan por gracia del remordimiento.

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Aunque un asesino madure lo que vendrá, no caigamos en engaño: el hombre es un animal de atajos fúricos: quien presto se arroja sobre el corazón del otro y mancilla con sangre ajena la propia piel, vairreflexivo y sin temor de que el tiempo le abone consecuencias. Cegado por su apetito, eliminar el muro interpuesto es la idea única en su mente homicida.
Ser prendido o salir indemne, como se sugirió, se debe al azar. Pero, a su vez, lo contingente es imperfecto. La soberanía del azar, lo mismo que el hombre, se ve traicionado por una simplicidad manifiesta: el imperativo moral. Dígase Ley ―moralterrena― o Pecado ―moral suprema―. No es arbitraria, en tal contexto, nuestra antinomia espada-culpa.
Sea justificable o no un asesinato, el ejecutor siempre precisa recursos y argumentos que aminoren un acto deleznable per se. «Actué en defensa propia», dirán los más; «el honor me asiste», afirmará el incauto; «sed de justicia», dirán los frívolos.
Nos ocupe una entelequia cristiana o una vislumbrepagana, surge otra cuestión básica: la naturaleza denegó fauces y garras al animal-hombre; entonces, cómo explicar la posibilidad de armarse con la daga que desplaza y vence la ordenanza del sentido común. Al respecto, la elocuencia de Cicerón nos dirá

Y puesto que la ley misma concede sabia e incluso tácitamente, el derecho de legítima defensa, pues lo que prohíbe no es matar sino llevar unarma con la intención de matar, así, cuando en un juicio se investiga sobre el motivo y no sobre el arma con la que se ha matado, no se debe pensar que quien ha usado un arma para defenderse estaba armado con la intención de matar. (Cicerón, 1963, pág. 18)

Si bien interpretamos al pater patriae, la presencia de un arma se iguala con los colmillos y las uñas y el nervio de una hiena domada.«¡Cuídate de no aguijar el instinto de la bestia adormecida, pues su naturaleza es salvaguardar el ensueño!», parece advertirnos en su perorata Marco Tulio. Los imperativos de la legislación social derriban lo que de facto es mesura: la razón, falange para el hombre, declina ante la convención legisladora: conciencia de patricios y para patricios. ¿Y el esclavo?

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Matar a una persona en...