Pero tú no escuchaste mis palabras, no supiste discernir de mis gemidos aquellas palabras,las últimas, que acaso te hubieran salvado. Te escogí bien. Latelevisión no miente, ésa es su únicavirtud (ésa y las viejas películas que dan de madrugada), y tu rostro, junto a la valla metálica,después de la conga aplaudidaunánimemente, me anticipaba (me apresuraba) el desenlaceinevitable. Te he traído en mi moto, te he desnudado, te he dejado inconsciente, te he atado demanos y de piesa una vieja silla, te he puesto un esparadrapo en la boca no porque tema que tusgritos alerten a nadie sino porque no deseo escuchar tus palabras de súplica,tus lamentablesbalbuceos de perdón, tu débil garantía de que tú no eres así, de que todo era un juego, de que estoyequivocada. Posiblemente estoy equivocada.Posiblemente todo sea un juego. Posiblemente tú noseas así. Pero es que nadie es así, Max. Yo tampoco era así. Por supuesto, no te voy a hablar de midolor, un dolorque tú no has provocado, al contrario, tú has provocado un orgasmo. Has sido elpríncipe perdido que ha provocado un orgasmo, puedes sentirte satisfecho. Y yo tedi la oportunidadde escapar, pero tú fuiste también el príncipe sordo. Ahora ya es tarde, está amaneciendo, debes detener las piernas entumecidas, acalambradas,tus muñecas están hinchadas, no deberías habertemovido tanto, cuando empezamos te lo advertí, Max, esto es inevitable. Acéptalo de la mejormanera que puedas.Ahora no es hora de llorar ni de recordar congas, amenazas, palizas, es hora demirar dentro de ti y tratar de comprender que a veces uno se marcha inesperadamente.
Leer documento completo
Regístrate para leer el documento completo.