Quien de nosotros

Páginas: 82 (20258 palabras) Publicado: 16 de febrero de 2010
MARIO BENEDETTI

QUIÉN DE NOSOTROS

EDITORIAL SUDAMERICANA
BUENOS AIRES

I shall never
be different. Love me.
AUDEN

Si tu timagines
xa va xa va xava durer toujours.
QUENEAU

PRIMERA PARTE

MIGUEL

I

Sólo hoy, al quinto día, puedo decir que no estoy
seguro. El martes, sin embargo, cuando fui al puerto
a despedir a Alicia, estaba convencido de que era
ésta la mejor solución. En rigor es lo que siemprequise: que ella enfrentara sus remordimientos, su
enfermiza demora en lo que pudo haber sido, su
nostalgia de otro pasado y, por ende, de otro pre-
sente. No tengo rencores, no puedo tenerlos, ni para
ella ni para Lucas. Pero quiero vivir tranquilo, sin
esa suerte de fantasma que asiste a mi trabajo, a mis
comidas, a mi descanso. De noche, después de lacena, cuando hablamos de mi oficina, de los chicos,
de la nueva sirvienta, sé que ella piensa: En lugar
de éste podría estar Lucas, aquí, a mi lado, y no
habría por qué hablar.
La verdad es que ella y él siempre fueron seme-
jantes, estuvieron juntos en su interés por las cosas
aun cuando discutían agresivamente, aun cuando
se agazapaban en largossilencios y actuaban si-
guiendo esa espontánea coincidencia que a todos
los otros (los objetos, los amigos, el mundo) nos
dejaba fuera, sin pretensiones. Pero ella y yo somos
indudablemente otra combinación, y precisamos
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hablar. Para nosotros no existe la protección del si-
lencio; casi diría que, desde el momento que lo tene-mos, la conversación acerca de trivialidades propias
y ajenas nos protege a su vez de esos horribles espa-
cios en blanco en que tendemos a mirarnos y al
mismo tiempo a huirnos las miradas, en que cada
uno no sabe qué hacer con el silencio del otro. Es en
esas pausas cuando la presencia de Lucas se vuelve
insoportable, y todos nuestros gestos, aun lostan
habituales como tics, nuestro redoble de uñas sobre
la mesa o la presión nerviosa de los nudillos hasta
hacerlos sonar, todo ello se vuelve un elíptico ma-
nipuleo, todo ello, a fuerza de eludirla, acaba por
señalar esa presencia, acaba por otorgarle una do-
lorosa verosimilitud que, agudizada en nuestros sen-
tidos, excede la corporeidad.Cuando miro a Adelita o a Martín jugando tran-
quilamente sobre la alfombra, y ella también los
mira, y ve, como yo veo, una sombra de vulgaridad
que desprestigia sus caritas casi perfectas, sé que
ella especula más o menos conscientemente acerca
de la luz interior, del toque intelectual que tendrían
esos rostros si fueran hijos de Lucas en vez demíos.
No obstante, a mí me gusta la vulgaridad de mis
hijos, me gusta que no reciten poemas que no en-
tienden, que no hagan preguntas sobre cuanto no
puede importarles, que sólo les conmueva lo inme-
diato, que para ellos aún no hayan adquirido vigen-
cia ni la muerte ni el espíritu ni las formas estilizadas
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de la emoción.Serán prácticos, groseros (Martín,
especialmente) en el peor de los casos, pero no cur-
sis, no pregonadamente originales, y eso me satisfa-
ce, aunque reconozca toda la torpeza, toda la cobar-
día de esta tímida, inocua venganza.

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II

Lo peor de todo es que no siento odio. El odio sería
para mí...
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