quimica


(2º Serie Instintos Salvajes)
Saige Buchanan recorría el mundo investigando su misterioso pasado, guiada por un extraño don que le permitía «escuchar» los secretos que los objetos le contaban. Sin embargo, nada podía protegerla de los sádicos enemigos que perseguían a su familia. Hasta que su camino se cruzó con el de un enigmático y atractivo teriántropo.
Michael Quinn había sido enviado arecoger a Saige Buchanan, la mujer cuyo merrick estaba a punto de despertar y la única a la que no era capaz de resistirse. Sólo él podía hacerle conquistar todo su poder, pero al hacerlo destruiría su inocencia y la dejaría marcada para siempre.








Para Ann Leslie Tuttle, mi fantástica editora, sin quien nada de esto habría sido posible. Le agradezco infinitamente las ideas, elapoyo y los consejos tan maravillosos que me ha brindado.
¡Me estás ayudando a crecer como autora y me siento inmensamente afortunada de trabajar contigo!
CAPÍTULO 1
Jueves por la tarde noche
La Amazonia
Si lo que quería era mezclarse con la gente del lugar, aquella mujer no lo estaba consiguiendo. A Michael Quinn le habían bastado cinco segundos para divisarla en el interior abarrotado de gentey mal iluminado del O Diablo Dos Angels, un ruinoso bar de hinchas de fútbol situado en la ajetreada plaza del mercado de la ciudad de Coroza, en Brasil. Llevaba dos días viajando, atravesando las húmedas y asfixiantes profundidades de la selva amazónica, y se notaba en su aspecto ojeroso. Dos días que se le habían hecho como dos semanas, dos días desquiciantes para los nervios. Total, que a esasalturas estaba de un humor de perros, clasificable de un cinco en la escala Richter, completamente inusual en él.
Tampoco es que estuviera siempre alegre. Quinn se limitaba a existir. Hacía años que nada ni nadie lo conmovía o le hacía perder el firme equilibrio, y ahora esto. No podía explicarlo, pero nada más ver la fotografía de
Saige Buchanan, su calma imperturbable se empezó a desmoronar, aescurrírsele como agua por el desagüe, dejándolo con aquella intensa agitación, aquella inexorable tensión.
Para colmo de males él ni siquiera quería que le encargaran la misión. De hecho, se había mostrado firme en su negativa. Y a pesar de todo allí estaba, con la camiseta pegada a la piel, mareado por el olor a tabaco y a sudor, mientras lo recorría una punzante e incómoda sensación al ver asu presa.
«Conque ésta es la pequeña Saige», pensó, avanzando pegado a la pared, lejos de la puerta, con cuidado de que no lo viera desde la mesita en la que estaba sentada con una botella de agua en una delicada mano. Sentado con ella estaba un chico que no tendría más de diecinueve años, de tez, ojos y pelo morenos que denotaban su herencia brasileña. El chico estaba moviendo los labios, yaunque Quinn tenía mejor oído que los humanos, no logró entender lo que le estaba diciendo con aquel griterío.
Le pareció un escenario extraño para una mujer americana y su joven acompañante, y a pesar de ello, nadie les decía nada. Ni siquiera los borrachos. ¿Sería cliente habitual? ¿Estaría bajo la protección del dueño? ¿O había alguna otra razón para que los lugareños mantuvieran las distanciascon ellos?
Fuera lo que fuera, no podía ser porque no atrajera la atención. Saige Buchanan sobresalía entre los curtidos parroquianos como un neón en mitad de la noche, resplandeciente.
Quinn se frotó la mejilla áspera después de varios días sin afeitar y sacudió lentamente la cabeza ante la desacertada analogía. No, la supuestamente brillante antropóloga no era chillona y atrevida como un neón. Apesar de ser un mujer deslumbrante, poseía un aura suave, casi tierna, que probablemente era lo que la hacía sobresalir de esa manera, más si cabe que su cara angelical, su cuerpo voluptuoso o su inusual color de pelo castaño rojizo que reflejaba la brumosa luz que trataba de abrirse paso entre las sombras cada vez más largas de la tarde.
De repente, una pesada puerta de madera se cerró de...