Quiroga

Páginas: 48 (11823 palabras) Publicado: 25 de septiembre de 2012
El HOMBRE ARTIFICIAL DE HORACIO QUIROGA

La rata yacía inmóvil, patas arriba, entre las blancas manos de Donissoff. Los tres hombres, con la respiración suspendida, estaban doblados sobre el animal tendido en la mesa.
—¿Y...? —exclamó Ortiz, ansioso.
Donissoff tardó un rato en contestar. La belleza angelical de su rostro había adquirido un tono duro, implacable, como si la terrible voluntadque se albergaba dentro de aquella cabeza gentil hubiera traspasado el semblante.
—Nada, todavía —respondió al fin—; no es tiempo aún.
De pronto un centelleo fugaz cruzó por sus pupilas.
—¡La temperatura baja! ¿Qué hacer, Ortiz?
El interpelado salió corriendo, y desde el laboratorio se pudo oír el golpe seco de las chispas eléctricas en los conmutadores. La mirada de Donissoff no se apartabadel termómetro suspendido frente a la mesa.
—¿Sube? —gritó Ortiz desde la pieza contigua.
—Sí... 39... 39° 10...39° 30... ¡Basta!
Ortiz volvió enseguida. Entretanto, la rata, preocupación intensa de los tres hombres, continuaba inmóvil. A ambos lados del grupo, dos grandes mesas ostentaban los más complejos aparatos de química, anatomía y bacteriología. En el laboratorio inmenso y casi todo él enpenumbra, a excepción de las ocho lámparas eléctricas con pantalla verde que proyectaban su luz sobre la mesa, los tres experimentadores ofrecían un aspecto poco común y aun sombrío, inclinados y con el alma en suspenso, sobre una simple rata. El calor era asfixiante, pero ellos no parecían darse cuenta. Doblados sobre el animal, el ansia retratada en sus rostros, continuaban devorando con losojos el inmundo animalucho entre las manos de Donissoff.
—¡Sivel, la jeringa! ¡Ya comienza la reacción! —exclamó de pronto Donissoff. Sivel dio un salto, recogió de la gran mesa el objeto pedido, y extendiéndolo al joven sabio, sujetó entre sus manos la cabeza de la rata. Frío, seguro, a pesar de la inmensa ebullición de su alma y la de sus compañeros, Donissoff inyectó al animal el rojo líquido dela jeringa.
Pasaron diez segundos, quince, veinte, un minuto. Lo que aquellos tres hombres han sentido en ese interminable tiempo no es fácilmente apreciable. Ni uno habló; ni uno se movió; apenas pestañearon. Por eso, cuando en el silencio angustioso sonó la voz de Donissoff, algo como un inmenso suspiro levantó los tres pechos.
—Se mueve... —había dicho Donissoff, cuya mano, colocada sobre elcorazón de la rata, acababa de temblar.
Su voz también temblaba. Sivel y Ortiz, con el rostro radiante y el cuerpo entero sacudido por la más violenta emoción, se miraron. ¡Luego era cierto! ¡Ellos, sólo ellos habían hecho eso que estaba allí! Todos los trabajos, todas las horribles inquietudes de esos tres años se desvanecían para siempre. ¡Y ellos, nada más que ellos!
Se doblaron de nuevosobre la rata, y de nuevo quedaron inmóviles, mientras la fina mano de Donissoff continuaba sobre el corazón que había latido.
—Sigue... —murmuró Donissoff después de un largo rato—. Esperemos más...
Esperaron aún otro interminable minuto. Al fin la mano de Donissoff se apartó lentamente del corazón de la rata; alzó el rostro transfigurado de emoción, en que los ojos brillaban con el más altoorgullo que quepa en mirada humana, y con voz clara dijo a sus compañeros:
—Han pasado dos minutos... Los glóbulos viven ya... Ya está viva.
Entonces se vio la cosa más asombrosa, tratándose de un sabio en la más honda acepción de la palabra.
De un salto trepó sobre la mesa próxima y bailó allí la más desordenada danza de los mundos posibles e imposibles. Enseguida se arrojó al suelo y se envolvióen el linóleum, girando sobre sí mismo. De allí dentro surgió su voz ronca y:
—¡Hurra por Donissoff! ¡Hurra por Sivel! ¡Hurra por Ortiz!
Al fin se apaciguó aquel loco delirio, y Donissoff quedó rendido.
Entre tanto, Sivel se había sonreído de aquella chiquillada. Donissoff, sentado en una mesa con las rodillas entre los brazos, se mantenía inmóvil, la vista perdida.
Como suele acontecer a...
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