rayuela 68
¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado
asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai
de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río
me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a
veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre elagua.
Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que
sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro
casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que
se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para
escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.
Pero ella noestaría ahora en el puente. Su fina cara de translúcida piel se asomaría a viejos portales en el ghetto del Marais,
quizá estuviera charlando con una vendedora de papas fritas o
comiendo una salchicha caliente en el boulevard de Sébastopol.
De todas maneras subí hasta el puente, y la Maga no estaba.
Ahora la Maga no estaba en mi camino, y aunque conocíamos
nuestros domicilios, cada hueco denuestras dos habitaciones
de falsos estudiantes en París, cada tarjeta postal abriendo una
ventanita Braque o Ghirlandaio o Max Ernst contra las molduras baratas y los papeles chillones, aun así no nos buscaríamos
en nuestras casas. Preferíamos encontrarnos en el puente, en
la terraza de un café, en un cine-club o agachados junto a
un gato en cualquier patio del barrio latino. Andábamossin
buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos.
Oh Maga, en cada mujer parecida a vos se agolpaba como un
silencio ensordecedor, una pausa filosa y cristalina que acababa
por derrumbarse tristemente, como un paraguas mojado que se cierra. Justamente un paraguas, Maga, te acordarías quizá de
aquel paraguas viejo que sacrificamos en un barranco del Parc
Montsouris, unatardecer helado de marzo. Lo tiramos porque
lo habías encontrado en la Place de la Concorde, ya un poco
roto, y lo usaste muchísimo, sobre todo para meterlo en las
costillas de la gente en el metro y en los autobuses, siempre
torpe y distraída y pensando en pájaros pintos o en un dibujito que hacían dos moscas en el techo del coche, y aquella tarde
cayó un chaparrón y vos quisiste abrirorgullosa tu paraguas
cuando entrábamos en el parque, y en tu mano se armó una
catástrofe de relámpagos fríos y nubes negras, jirones de tela
destrozada cayendo entre destellos de varillas desencajadas, y
nos reíamos como locos mientras nos empapábamos, pensando
que un paraguas encontrado en una plaza debía morir dignamente en un parque, no podía entrar en el ciclo innoble del
tacho debasura o del cordón de la vereda; entonces yo lo arrollé lo mejor posible, lo llevamos hasta lo alto del parque, cerca
del puentecito sobre el ferrocarril, y desde allí lo tiré con todas
mis fuerzas al fondo de la barranca de césped mojado mientras
vos proferías un grito donde vagamente creí reconocer una
imprecación de walkyria. Y en el fondo del barranco se hundió
como un barco quesucumbe al agua verde, al agua verde y
procelosa, a la mer qui est plus félonesse en été qu’en hiver, a la
ola pérfida, Maga, según enumeraciones que detallamos largo
rato, enamorados de Joinville y del parque, abrazados y semejantes a árboles mojados o a actores de cine de alguna pésima
película húngara. Y quedó entre el pasto, mínimo y negro, como
un insecto pisoteado. Y no se movía, ningunode sus resortes se
estiraba como antes. Terminado. Se acabó. Oh Maga, y no
estábamos contentos.
¿Qué venía yo a hacer al Pont des Arts? Me parece que
ese jueves de diciembre tenía pensado cruzar a la orilla derecha
y beber vino en el cafecito de la rue des Lombards donde
madame Léonie me mira la palma de la mano y me anuncia
viajes y sorpresas. Nunca te llevé a que madame Léonie te...
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