Rea silvia
Hay en este mundo naturalezas tan francamente abiertas a la vida que !a desgracia puede ser para ellas el pañal en que se envuelven al nacer. Permítaseme esta ligera filosofía en honor a la crítica infancia de una criatura que nació lo para los más tormentosos debates de la pasión humana, y cuya vida pudo ser desgraciada como puede serlo el agua de los más costososjarrones. Sus padres le dieron por nombre Rea Silvia y la conocí en su propia casa. Era una criatura voluntariosa, de ojos negros y aterciopelados. Su alma expuesta al desquicio la hizo adorar (era muy pequeña) los brocatos oscuros de los sillones, las cortinas de terciopelo en que se envolvía tiritando como en un grande abrazo. Era alegre, no obstante. Su turbulencia pasaba la medida común de !ashijas últimas a que todo se consiente. Las amigas queridas de su mamá (señorita de Almendros, señorita de Joyeuse, señora de Noblecorazón) soñaban -unas para el futuro, otra para esos días- un ángel igual al de la blanca madre. El canario, que era una diminuta locura, los mirlos más pendencieros de la casa vecina, vivían en gravedad, si preciso fuera compararlos con las carcajadas de Rea. ¿Cómo,pues, tan alegre, perdía las horas en la sala oscura, sombra y desgracia de las hijas que van a soñar en ellas? Problemas son estos que sólo una noble y grande alma puede descifrar. Hay detalles que pintan un carácter: si esto es vulgar, Rea Silvia no lo era. Hablaba de amor. -Yo sé -decía una vez delante de un reflexivo grupo de criaturas-, yo sé muchas cosas. Yo he leído y además adivino. Paranosotras (se alisó gravemente la falda) el amor es toda la existencia. Una señora murió, murió de amor. Nadie la conocía sino mamá y papá. Murió. Las criaturas -de la mano- se miraron. Una alzó la voz débilmente: -¿Murió?... Rea hizo un mohín de orgullo que la elevó quince codos por encima de su auditorio. Alzó la cabeza apretándose las manos: -¡Qué dulce debe ser morir de amor!
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Y repitió, pequeña poseuse, ante las cándidas aldeanitas: -¡Oh, sí, qué dulce! ¡Cuán voluble era su alma! Teresa, su hermana de dieciocho años, muchos sinsabores tuvo que apurar por ella. En conjunto, Rea Silvia era una criatura romántica, y yo, que cuento su historia, tengo de sobra motivos para no dudarlo. Huía a la sala. Allí, echada en unsillón, con el rostro sombrío, mordía distraídamente un abanico para mejor soñar. Se abrasaba en celos. Una de sus pequeñas amigas era Andrea (de la familia Castelli, con tanto respeto recordada en Bolonia). Un día, en una de esas crisis de pasión, luego de estrecharla locamente entre sus brazos, le cogió la cara entre las manos: -¿Me quieres? Andrea sonrió. -Sí, déjame. Rea temblaba. -¿Me querrássiempre? -¡Oh, no! ¡siempre no se puede decir, Rea! La fogosa criatura golpeó el suelo con los pies. -¡Yo no sé si se puede decir! Quiero que me respondas: ¿me querrás siempre? La había cogido de las manos. Andrea tuvo un poco de miedo, sonriendo tímidamente: -¿Y tú me quieres a mí? -¡Yo no sé! ¡no sé nada! Respóndeme: ¿me querrás siempre? -Sí, siempre -y se echó a llorar con los puños en los ojos.Rea la estrechó radiante contra su pecho, consolándola ahora. Yo digo: ¡almas de niña, que en Rusia enloquecen a los escritores! En esta época mis visitas a la casa fueron más frecuentes; todo mi corazón estaba lleno por la dicha que esperaba del amor soncillo y plácido de Teresa. ¡De qué modo había deseado fuera un día mi prometida! Ya lo era, y mi alegría se desbordaba en múltiples ridiculecesque entonces -¡feliz entusiasmo ya lejano!- no vi. Rea Silvia fue la pequeña devoradora de mis besos a que aún no podía dar mejor destino, y asimismo de los bombones que le prodigaba mi forzosa galantería; verdad es que la quería mucho, y en mis rodillas, cuando hablaba con Teresa, supo con qué temblor se acarician los cabellos de una criatura cuya hermana, sentada enfrente nuestro, nos mira...
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