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Páginas: 16 (3859 palabras) Publicado: 12 de diciembre de 2012
No la reconocí. O no quise ver a nadie más que no fuera ella misma. Tal como apareció, exactita, con esos ojos suyos tan fascinantes, por la esquina oscura donde dormían los escombros de la tienda Moda de París. Desde allí la vi venir, justo cuando entraba a la calle Cervantes, en donde yo me encontraba parado… No, más bien recostado, sobre un poste que tenía un farol con una luz algo papayenta.La luna estaba en su fase de plenilunio. Y, por los cuerpos desenterrados del lodo, hallados por los perros entrenados de los soldados méxicanos durante las labores de rescate del día, era más bien una noche nauseabunda que radiante. Abajo, en el río Chiquito, los japoneses y los ingleses hacían trabajar sus tractores: se miraban como hormiguitas afanadas, moviéndose cerca de los campamentos quelevantaran, cada una por su lado, las brigadas médicas cubanas y norteamericanas. Era una noche, si la hubieras visto, Margarita, arremansada en su abandono. Elevándose, desde esta tierra podrida, como un gigantesco toldo de circo triste y sin estrellas allá en lo alto. Sin decirte, Margarita, que todo era silencio terrenal en donde yo me encontraba. Y cuando tiraba la vista hacia las otras lucespapayentas de los escasos faroles que todavía quedaban de pie en la calle Cervantes, me sobrecogía como si toda la vida hubiera sido un chicle masticado y escupido por nadie. Y apretaba, apretaba, los filos de la tijera que guardaba en una bolsa de mis pantalones. Entonces, Margarita, era cierto,  tal como lo pienso ahora que recuerdo los ojos de esa mujer, que en la masticada del chicle no mehabía dado tiempo ni para acordarme ya de nosotros dos.
 
        Ella, la mujer que digo, salió de los escombros de la Moda de París. Se acercó a mí. En sus labios, porque seguro que se los vi, traía estampada una sonrisa de como si me hubiera reconocido tras un chorro de años de no verme. Mas, al llegar un poco más cerca, noté que su sonrisa no tenía nada que ver conmigo. Sin embargo, fue ese elmomento cuando descubrí esos ojos suyos de jardín y en los que le saltaban, así de repente, de un ojo a otro, unos animalitos juguetones.
         ―Señorita…, disculpe.
         ―Dígame.
         ―Es que sus ojos…
         ― ¿Mis ojos?
         ― Tiene unos conejitos pastando en el jardín de sus ojos.
         ―Ah,  ellos… Son conejos: pero de azúcar.
         ― Son un peligro.
         ― Nolo entiendo señor.
         ―Este país se quedó sin azúcar.
         ―Comprendo. ¿Va usted a arrancármelos para ponerlos en su café?
         ―No! Yo tomo mi café sin azúcar.
         ―Qué alivio.  
         ―¿Nos habíamos visto antes?
         ―No que yo sepa. Quizás en otro diluvio. Pero si lo dice por el huracán… todos acabamos por parecernos a alguien.  
  
         Pero no lepregunté nada. Ni ella me contestó nada. Simplemente pasó frente a mí porque tenía que pasar por ahí. Distraída y muda. Hasta el infinito. Y pasó. La vi dirigirse hacia las paredes donde estaban guindadas, de manera algo improvisada, las pinturas de solidaridad con las víctimas que realizaran los pintores de la ciudad. Todas ellas, con figuraciones de agua y gente partida en trozos, o bien con dibujos deseres fantasiosos, como mujeres peces, hombres pulpos, y niños orinando mares. No faltaban en ellas, en diferentes versiones, el arca de Noé.   Yo ya había visto esas pinturas, sin encontrar nada más de lo ya visto. Excepto, claro estaba, que en todas ellas no había ni siquiera una flor. Algo que acabó por desolarme más por estos días. Porque, fuera ya por mi oficio, o fuera ya por mi carácter, mequedé con la impresión de que el mundo se hundía sin flores. Y si se salvaba algo del mismo, según las versiones del arca de Noé de los pintores, era sin flores. Así que por esa y única razón, no estaba muy conforme de volver a ver esas pinturas. Y en caso de hacerlo, me prometí, traería pinceles y colores y pintaría yo mismo, en cualquiera de ellas, una flor. Quizás una guajaca amarilla, o...
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