Reflex
Discrepo profundamente de este falso evaluar donde se hacen disecciones en el continuo de una realidad profundamente subvertida; subvertida porque todos la deformamos desde nuestro particular nicho de evidencia, disecándola en nuevas secuencias cuyo único sustento es la infinita circularidad de lo discursivo.
Quizás les suene a monserga inopinada esta forma deaproximarnos al sacrosanto artilugio de lo que tan impropiamente se califica de conocimiento, cuando no es más que información.
Nuestra inhumanidad lleva atrapada en ese tonto cazamoscas de girar la noria de las certezas más omnímodas desde los días en que los dioses que se afeitan instituyeron lo que yo he dado en llamar Culto a la Violencia, que no es otra cosa que una profunda incapacidad paraafrontar la más humilde mutación.
Porque la violencia no es sólo la reacción autodestructiva del pobre desquiciado que ha sido privado por los mitos de su capacidad de autocontrol, sino también esa estructura enorme y solidaria que acaba atrapándonos en su interminable e irremediable juego de oponerse; hasta que nos disocia en enemigos, se condensa en ejército, se afina en la perversión de lamateria que falazmente rotulamos de armamento y crece atizada por el despilfarro de los héroes hasta que no tenemos más remedio que afrontar ese episodio de autodestrucción que llamamos guerra para ocultarnos su mostrenca maquinaria de incomunicación y enfrentamiento.
Todos darán manotazos y quizás sufran espasmos espirituosos si dijera bruscamente que la violencia germinal reside en nuestroaparato de mitificación, esas tartaletas de la riqueza renunciada que llamamos iglesias, cuando no son otra cosa que el farallón totémico donde el hombre renuncia su interior.
Abstraigamos sus muros, sus estatuas, sus liturgias, sus retablos, reduzcamos toda esa faramalla al perverso mecanismo que hurta la intrínseca interioridad del hombre y la arroja en un objeto arbitrario e incontrolable que, paracolmo, tiene pretensiones de totalidad.
En la infancia puede ser un Niño Jesús; más tarde, ya enrolados en las feligresías más vehementes, el Galán de los Injertos que inventó una beata en combustión; después, en esa madurez que consiste justamente en perder la madurez de la inocencia, podrá poblar nuestra angustia de alimento un Stalin, un Franco, un Hitler, un Deschávez, un Gadaffi, un PolPot… arrojando sobre la orfandad de los perplejos esas botargas que la historia ha idolizado; y siempre, y rematando la semana, la victoriosa parábola del balón que hurta a los fanáticos de nada sus anhelos más nobles y ofuscados.
Pero digamos que la trampa es impalpable ya que no reside en su objeto de mediación; de modo que la pelota no es culpable, ni tampoco Satanás; la falacia más profunda deesta tremenda fractura de la racionalidad se oculta en el proceso mismo, en su mecánica de oposición que hace insoluble la paradoja del bellaco: ese enemigo de sí mismo que la polaridad proyecta y cuya inercia sólo podrá resolverse compensando cadáver con cadáver.
Pero la globalidad está de fiesta mientras nuestros honestos pedagogos se dediquen a auscultar a unos cuantos niños en una esquina deun mundo al borde de la autodestrucción.
Es bueno que la miopía de renunciar a gobernarnos tenga que recurrir siempre a la sacralización del azar: acaso abriendo una desventurada paloma para fabular los contornos de su hígado humeante, arrojando tallos de milenrama en el vacío de lo Oculto, o recurriendo al paganismo de la estadística, que no es otra cosa que una evidencia que se contempla a símisma desde la renuncia a gobernar el curso de los cambios.
Y al referirme al curso de los cambios hago referencia a que una humanidad desprovista de autocontrol ya no puede decidir ni el más humilde futuro, ya que ve los procesos cíclicos que la arrastran como idolizaciones independientes, que corren por su cuenta sin que podamos establecer sobre ellas el debido gobierno de racionalidad....
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