Refugio
La ventana crujió en unlamento de articulaciones resecas. El aire cálido se mezcló con el aroma acre de la biblioteca. Bartok respiró hondo, los codos apoyados en el marco, perdido en recuerdos de tiempos de gloria, cuando aquellugar bullía de niños, intelectuales, y damas osadas que - con la excusa de un autógrafo - se dejaban acariciar las piernas.
En cambio ahora, en lo alto de las estanterías, las telarañas extendíanfinas redes sobre una primera edición de Kosztolányi.
Csèny cruzó el puente de las Cadenas, sin prisa: también él tenía mucho tiempo. Bartok seguramente estaría pasando el dorso de su mano,pensativo, por algún tomo antiguo; surcando con sus dedos el polvo de la contratapa. Oyó un grito lejano. Se detuvo. En un puente cercano, la silueta de dos mujeres idénticas; un magnífico contraste,estrechadas en un abrazo, unidas las almas, lejanas las vidas.
Miró el reloj: la hora no importaba, sólo espantar la nostalgia, el tiempo que gira en círculos y arrastra las agujas sin descanso. Labasílica de San Esteban, clavada en la noche, lacerando con sus tres dagas la espalda de un cielo infinito. Y el camino, la hierba, el susurro inquieto de los grillos.
Csèny atravesando Budapest.
A lahora calculada, Bartok salió al jardín. Enredaderas secas, tallos delgados que se secaron abrazadas a la estatua de dos ninfas, descascaradas, indiferentes. A lo lejos, la sombra de Csèny, su bastónfulgurando con un rayo de luna, su andar pausado y sabio. La proximidad del amigo, tan reconfortante, tan necesaria.
Se abrazaron y caminaron el sendero de piedras hacia la biblioteca.
- Gracias...
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