religión

Páginas: 11 (2545 palabras) Publicado: 18 de noviembre de 2013
Mil y una de un cazador
Recuerdo la tarde en que Gregoria Collantes murió. Penosa fue su agonía a causa de la picadura de una serpiente cascabel. No suplicó por su vida en ningún momento, limitándose a conversar con los presentes hasta que los ahogos y la parálisis le entrabaron la lengua. Mientras palpaba su frente acalenturada y sabiendo que ya no había remedio para curarla, fui contándole laúltima historia del que fue su marido. Mejor dicho, de lo que quedaba del Elí Sánchez, ese gran cazador de otras épocas. En un chispazo de lucidez, Gregoria Collantes preguntó cómo lo había visto si es que tantos años soy ciego. Yo insistí con la verdad, contándole que un accidente hizo que me perdiera y con el tacto y el oído supe reconocer a mi salvador.
¿Y así nomás usted le va a reconocer?Recalcó la duda el indio Castro, burlándose.
A estas horas quiere jugarse con mi corazón, don Telésforo… suspiró la moribunda.
Gregoria falleció un diez de Agosto, tarde calurosa y llena de mosquitos chupasangres que hostigaban a los que hacían el cajón. Vino gente de Pedregal y de las dos bandas del río. Cada diez de Agosto rezo varias oraciones para que, adonde haya ido, se encuentre algún díacon Elí Sánchez. Y es que no sabemos si Dios ha de recibirlo así como quedó el condenado.
Recuerdo con amargura ese amanecer maldito, cuando resbalé por unas acequias cerca al puente de acero. Ya le habían advertido a uno que no vagabundeara, menos aún en copas, sin saber dónde podía ser mordido por una víbora o cualquier bestia. El ciego es peor que guagua, menos que la mitad de un hombre, casiuna lombriz bajo la tierra. Ni Dios sabe dónde perdí el bastón quedándome manoteando, tanteando el aire y llamando gente para que me ayudaran. Temblaba de pánico, jadeaba desesperado porque nadie acudía y el terreno disparejo obligaba a tropezar. Cada vez que me levantaba, saboreaba la amargura de ser una alimaña a merced de todo.
En una de esas rodé piedras abajo, monte abajo, tratando desujetarme de la vegetación que cubre los riscos. El agua amortiguó mi peso. Estaba sumergido hasta la cintura en el río, chapaleaba en medio de la correntada, pero rugiente el agua me levantó arrojándome contra las piedras y sacándome hasta el torrente central. Zarandeaba a uno como si fuera una hojita seca.
Quién sabe cómo llegué sin perder los sesos a una playa de río. Nunca supe en qué remanso, acuántos kilómetros del último caserío. Arañado, sangrando, me encontraba de repente en una orilla que igual no hubiera podido reconocer. Tampoco sé cuántas horas estuve inconsciente y tendido panza al sol. Grité luego con todas mis fuerzas para que alguien se acercara, pero sólo los pihuichos chillones escucharon mis quejas revoloteando en el aire. Podía imaginarlos como cuando los veía, volandohasta cubrir el sol con una sola mancha verdeamarela. Miles de pihuichos oscureciendo el día y haciendo un ruido criminal.
Cuando agotaba la garganta sin conseguir nada, sentí un frío recorriéndome el vientre adolorido. Culebra, dije. Y era culebra ese frío reptando en mi barriga, despacito haciendo su camino sobre el cuerpo caliente de uno.
No se mueva, Telésforo… me sorprendió esa voz quejuraba conocer.
Quise llorar de alegría, pero el frío de la culebra que no terminaba de caminarme por la panza, me paralizaba de miedo. Larga era la condena. Podía adivinar los movimientos del desconocido, buscando un carrizo verde y flexible entre las totorillas de la ribera, Luego la estaría templando, tanteándola para ver si iba a resistir el latigazo contra la serpiente.
Una faninga nomás. Hayque dejarla que se vaya… dijo.
Vela pues a la maldita… reí de nervios.
El bicho ya se había ido, pero aquel desconocido no se acercaba. De lejos estaba observando.
¿No me vas a recoger? Aquí me van a almorzar las hormigas.
Es mejor que se quede quieto, Telésforo. Mucho le ha maltratado el río. ¿Y quién eres, carajo? ¿Quién trata a un anciano con tanta confianza? Un amigo nomás, respondió....
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