Reportaje
Largos callejones empedrados que me remontaban al por qué del nombre de este fastuoso lugar,coloridos hogares como paisajes salidos dealguna obra artesanal, el astro rey mostraba de manera engreída todo su poder al acecharme con sus rayos, la única sinfonía existente alrededor era la de mis pasos adestiempo debido a lo escabroso y empinado del sendero que seguía para arribar a mi meta; ¨el lugar de las piedras quebradas¨ Tepoztlán.
un mercado lleno de recuerdosdel lugar, comida, canciones y gente por doquier rompía con aquel silencio, sin embargo, frente al mercado encontré un lugar que guardaba dentro de sus hermosas ydesgastadas murallas el silencio que tanto buscaba. Se trataba del antiguo convento de Natividad, bautizado así por la virgen del mismo nombre, que me dejó con un buen saborde boca en mi viaje a tepoztlán.
Sin embargo, antes de viajar al pasado entre las paredes del convento, hechas de cal, arcilla y baba de maguey labradas ymeticulosamente establecidas en la tierra ancestral donde comenzaba mi recorrido, justo en la entrada principal había un dibujo de grandes proporciones en donde se podía apreciar unpaisaje que retrataba el movimiento revolucionario en su tan comentado centenario.
rostros de indígenas llenos de fuerza, machetes en alto declarando la guerra yponiendose en contra de los que subordinan a los que se dejan, pero que ahora venían a reclamar su libertad, ejércitos llenos de coraje, una batalla, un aparente triunfo,que importa si ahora esa revolución es venida a menos, ese mural hecho de semillas lograba proyectar eso de manera general, armoniosa y sobre todo perfectamente dibujada.
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