Reportes

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A mediados del siglo XIX, en algún lugar del Pirineo...

Los gritos de la parturienta resonaron por toda la mansión durante mucho tiempo. Fue un parto difícil y todo el personal de la casa se afanaba en cumplir las órdenes de la comadrona. Cuando por fin cesaron, el llanto desesperado de la recién nacida ocupó su lugar. La madre, exhausta, apenas pudo abrir losojos para mirarla cuando la acercaron, pero a pesar que se moría de ganas de acunarla y besarla, no pudo. Se estaba muriendo. Una terrible hemorragia que la comadrona no era capaz de cortar, se le estaba llevando la vida.
– Él siempre se lleva lo que le pertenece – dijo la moribunda hablando en susurros –. Cuida de esta niña, Lucía, y enséñala bien. No dejes que os falle como lo hice yo.
–¿Cómo quieres que se llame?
– María...
Lucía, con la pequeña María en sus brazos, no dijo nada. Sabía que al no cumplir con su obligación se había condenado sin remedio y no había nada que ella pudiera decirle que la consolara, excepto una cosa.
– Te prometo, mi señora, que cuidaré de esta niña como si fuese mi propia hija, y cumpliré con tus obligaciones hasta que pueda ocupar el lugar que lecorresponde por nacimiento. Te lo juro por mi vida.
Satisfecha con este juramento, se relajó y se dejó ir. Ya no tenía que seguir luchando. La pequeña María cumpliría con su destino allí donde ella no había podido. Lucía se encargaría. ¡Maldito amor! ¿Por qué tenía que haberse cruzado en su camino? Miró a los pies de la cama y le vio a él allí, esperándola. Venía a reclamar lo que era suyo.Hacía frío. La nieve caía insistente cubriendo el camino. El viento susurraba entre los árboles, cuyas ramas se agitaban inquietas queriendo advertir, quizás, que aquella no era una buena noche para cruzar el bosque.
Eloy tiritaba. Estaba calado hasta los huesos a pesar de la gruesa capa en la que se había envuelto y no parecía que el tiempo fuese a mejorar en las próximas horas. Si noencontraba pronto un refugio moriría tirado en ese camino; su cuerpo se convertiría en un témpano enterrado en la nieve y no lo encontrarían hasta… Bueno, cuando fuese sería demasiado tarde.
Una sonrisa irónica curvó sus labios. Morir de un disparo o morir congelado. Parecía que Doña Muerte lo estaba persiguiendo de forma implacable. Si hubiera sabido cuál era el desenlace que le esperaba a su vida, nohubiese salido huyendo de la ciudad como un cobarde, a pesar de las súplicas de Diana. En el fondo la chica le daba lástima y si él hubiera sabido lo que es la decencia, no la habría seducido. Pero Diana era demasiado inocente para que pudiera resistir la tentación de hacerla caer en sus brazos, aunque ésta vez todo había terminado muy mal: un duelo ilegal, un marido muerto y un ejército de amigosdel difunto ávidos de venganza. Eloy no tenía ganas ni de morir en otro absurdo duelo ni de caer en las manos del alguacil, así que cuando Diana –inconsolable viuda– le dio todas sus joyas para que las vendiera y huyera, no lo dudó ni un instante. Volvería a París –echaba de menos los años que había pasado allí– y volvería a las andadas en cuanto se hubiese instalado gracias a la generosidad deDiana de Elmagro, una inocente provinciana que acababa de heredar un montón de dinero gracias a él.
La nieve seguía cayendo sin cesar. Si todo seguía así nunca llegaría a Francia y mucho menos a París. Moriría en esta mierda de camino de cabras y nunca nadie lo encontraría porque los lobos, que hacía varios minutos que oía aullar, se encargarían de eso.
Maldita sea. No debería haber hecho casodel aldeano que se encontró en la encrucijada; le había indicado un atajo por el bosque asegurándole que ganaría tiempo si lo utilizaba, pero ahí estaba, completamente perdido sin otra opción que seguir hacia delante, cabalgando un animal agotado que se derrumbaría en cualquier momento y sin ninguna luz a la vista que le diese una esperanza de refugio próximo.
El viento arreció alzando...