requiem con tostadas
Selección de textos
literarios breves
1er año de Enseñanza Media
Departamento de Lenguaje y Comunicación
Abril de 2014
Lanchitas.José María Roa Bárcenas.
No recuerdo el día, el mes, ni el año del suceso, ni si mi interlocutor los señaló; sólo entiendo que se refería a la
época de 1820 a 30; y en lo que no me cabe duda es en que se trataba del principio de unanoche oscura, fría y lluviosa,
como suelen serlo las de invierno. El Padre Lanzas tenía ajustada una partida de malilla o tresillo con algunos amigos
suyos, por el rumbo de Santa Catalina Mártir; y, terminados sus quehaceres del día, iba del centro de la ciudad a
reunírseles esa noche, cuando, a corta distancia de la casa en que tenía lugar la modesta tertulia, alcanzóle una mujer
del pueblo, yaentrada en años y miserablemente vestida, quien, besándole la mano, le dijo:
-¡Padrecito! ¡Una confesión! Por amor de Dios, véngase conmigo Su Merced, pues el caso no admite espera.
Trató de informarse el Padre de si se había o no acudido previamente a la parroquia respectiva en solicitud de
los auxilios espirituales que se le pedían; pero la mujer, con frase breve y enérgica, le contestó que elinteresado
pretendía que él precisamente le confesara, y que si se malograba el momento, pesaría sobre la conciencia del
sacerdote; a lo cual éste no dio más respuesta que echar a andar detrás de la vieja.
Recorrieron en toda su longitud una calle de Poniente a Oriente, mal alumbrada y fangosa, yendo a salir cerca
del Apartado, y de allí tomaron hacia el Norte, hasta torcer a mano derecha ydetenerse en una miserable accesoria del
callejón del Padre Lecuona. La puerta del cuartucho estaba nada más entornada, y empujándola simplemente, la mujer
penetró en la habitación llevando al Padre Lanzas de una de las extremidades del manteo. En el rincón más amplio y
sobre una estera sucia y medio desbaratada estaba el paciente, cubierto con una frazada; a corta distancia, una vela de
sebopuesta sobre un jarro boca abajo en el suelo, daba su escasa luz a toda la pieza, enteramente desamueblada y con
las paredes llenas de telarañas, Por terrible que sea el cuadro más acabado de la indigencia, no daría idea del
desmantelamiento, desaseo y lobreguez de tal habitación, en que la voz humana parecía apagarse antes de sonar, y
cuyo piso de tierra exhalaba el hedor especial de los sitiosque carecen de la menor ventilación.
Cuando el Padre, tomando la vela, se acercó al paciente y levantó con suavidad la frazada que le ocultaba por
completo, descubrióse una cabeza huesosa y enjuta, amarrada con un pañuelo amarillento y a trechos roto, Los ojos del
hombre estaban cerrados y notablemente hundidos, y la piel de su rostro y de sus manos, cruzadas sobre el pecho,
aparentaba lasequedad y rigidez de la de las momias.
-¡Pero este hombre está muerto! -exclamó el Padre Lanchas dirigiéndose a la vieja.
-Se va a confesar, Padrecito -respondió la mujer, quitándole la vela, que fue a poner en el rincón más distante de la
pieza, quedando casi a oscuras el resto de ella; y, al mismo tiempo el hombre, como si quisiera demostrar la verdad de
las palabras de la mujer, se incorporóen su petate, y comenzó a recitar con voz cavernosa, pero suficientemente
inteligible, el Confiteor Deo.
Tengo que abrir aquí un paréntesis a mi narración, pues el digno sacerdote jamás a alma nacida refirió la extraña
y probablemente horrible confesión que aquella noche le hicieron. De algunas alusiones y medias palabras suyas se
infiere que al comenzar su relato el penitente, se refería afechas tan remotas que el Padre, creyéndose difuso o
divagado, y comprendiendo que no había tiempo que perder, le excitó a concretarse a lo que importaba; que a poco
entendió que aquél se daba por muerto de muchos años atrás, en circunstancias violentas que no le habían permitido
descargar su conciencia como había acostumbrado pedirlo diariamente a Dios, aun en el olvido casi total de sus...
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