resumen
muchas veces,mirarle el rostro cara a cara, su verdadero rostro, redondo, un poco pálido a pesarde que vivió a1 laintemperie, en caminos y escondrijos del monte. Su rostro redondo, un tanto esquivo por la necesidad deandar ocultándolo siempre, ante amigos y enemigos, ante la luz del día y loscandiles de la noche. Surostro de líneas gruesas, inconfundibles, como tallado en madera o piedra: los ojos brillándoleemboscados entre el grosor espeso de las cejas: ojos que se movían sombríos yamenazantes. o alegres y francos; casi siempreendurecidos en una fijeza que atravesaba, adivinando, cualquier intención del que los contemplara. Noeran oscuros, tenían ese color de la miel de la caña, unpoco amarillados por su propia brillantez, nograndes aunque profundos, algo achinados, con párpados gruesos y veloces. Su nariz ancha y recta. Suslabios, casi siempre contraídos por la fatiga o larabia, nunca por el desdén, aunque, de pronto se abríanen una carcajada que le estremecía el cuerpo, una carcajada que fue su distintivo, su señal en asaltos, enfugas apariciones. Una carcajada no dealegría ni de burla: de simple vitalidad solamente, o de virildesafío. Los dientes los tuvo blanquísimos, uniformes, fuertes, dientes que refulgían a cada carcajadacomo una colección de pedernales delrío. Muy pocas veces lo vi sin
CSÍI
barba espesa, cerdosa, castañacomo su cabello, descuidada. Que no tenía tiempo para afeitarse, decía. Solo cuando bajaba a los pueblos en plan de farra con ganas...
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