revolucion de la inteligencia
La Revolución
de la
Inteligencia
Luis Alberto Machado
Era todavía un niño cuando mis padres me llevaron al teatro para contemplara un mago, quien, con toda clase de ingenios, asombraba, día tras día, a un público heterogéneo que pugnaba por verlo.
Recuerdo de lo que más me impresionó fue un alarde de memorización, que justificaba por sí solo la fama que rodeaba a aquelhombre excepcional. A solicitud suya le íbamos entregando palabras, y a cada una, sucesivamente, le asignaba un número, después de unos segundos de visible concentración.
Llegamos hasta cincuenta. Después lo ametrallamos con números y palabras; no se equivocó ni una vez. "Camello", decía alguno y el mago contestaba: "Cuarenta y cinco"; "Treinta y siete"; gritaba otro desde las localidades máslejanas, y el mago respondía con la misma rapidez: "San Francisco". Estaba seguro de que no se trataba de ningún truco: me había correspondido pronunciar una de esas palabras que, envueltas después en números, volaban por aquel escenario, convertido en deslumbrante caja de misterios.
Al día siguiente traté de repetir aquella hazaña, con sólo diez palabras y no pude. Años después, la lectura de unlibro, creo que sobre el arte de hablar en público, me permitió, con el entrenamiento de unas semanas, jugar hasta con cien palabras, cantidad que no fue mayor porque algún límite era necesario establecer.
Utilicé uno de tantos métodos nemotécnicos, basados todos ellos en el establecimiento de una relación - cuanto más extravagante, mejor - entre una cosa ya perfectamente recordada y otra nueva quese quiere recordar. Escogí cien lugares situados, en orden sucesivo, en el trayecto - que conocía perfectamente - del autobús que me conducía cada mañana a la universidad, y a cada uno de ellos le asigné su número respectivo: uno, dos, tres y así hasta cien.
Una vez que fije muy bien en mi memoria la relación lugar-número, sólo restaba establecer, en su momento, una nueva relación, ahora larelación lugar-palabra: los conceptos que debían ser recordados los "ubicaba" en su lugar correspondiente. Cuando alguien señalaba: "Veintitrés", yo ya sabía que este número se había convertido en el edificio del correo y me preguntaba: "Que fue lo que yo coloqué en ese edificio"; de inmediato surgía la respuesta. Y si lo nombrado era la palabra "Nabucodonosor", contestaba a esa pregunta: "¿Dónde puse aeste ilustre personaje?".
Desde entonces no he vuelto a hacer este ejercicio; estoy seguro de que en este preciso momento no podría realizarlo satisfactoriamente, por una simple razón: falta de práctica. Pero él me ha permitido pensar con frecuencia: cuántas veces nos deslumbramos ante el fuego que vemos desde lejos, en la oscuridad de nuestra falta de conocimiento sobre su artificio, y, entretanto, la verdad es la de que aquello puede ser realizado por cualquiera. Por cualquiera que conozca el sistema y pacientemente lo ejercite, claro está.
Consideramos como de casi imposible realización algunos asuntos, que después de aprendida una fórmula, algunas veces sencilla, se nos presentan sin ninguna dificultad.
Y algo así sucede con todos los órdenes de la realización de una obra artísticao científica, no importa cuál fuere su grado de complejidad. Nadie puede decir si puede o no puede hacer una cosa, hasta tanto no sepa exactamente cómo se hace esa cosa. Y cuando llega a saberlo, ya la puede hacer.
"Conócete a ti mismo".
Esta frase ha sido repetida por veinticinco siglos de Historia.
Conoce lo más íntimo de tu ser.
Conoce las carencias, tus disposiciones, tus facultades.Conoce, en fin, tu vocación vital.
Conoce tu propia interioridad, hazla aflorar a la superficie y sométela a la luz de tu propio entendimiento. Son multitud las afirmaciones del arte, de la filosofía, de la psicología, de la ciencia..., que, si meditamos un poco, podremos identificar con facilidad como vinculadas al imperativo socrático.
Se dice una y otra vez: conoce lo que piensas y lo que...
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