RM2

Páginas: 5 (1194 palabras) Publicado: 2 de junio de 2015
 Hay ciudades más fuertes que los siglos; el tiempo no las cambia. Las dominaciones se suceden en ellas; las civilizaciones se depositan en su alma como aluviones geológicos pero ellas conservan a través de todas las épocas su carácter, su propio perfume, su ritmo y el rumor que las distingue de todas las demás ciudades de la tierra. Nápoles fue, desde siempre, una de estas ciudades. Así habíasido, así era y así será a lo largo de los siglos: medio africana y medio latina, con sus callejuelas apiñadas, su bullicio, su olor de aceite, de grasas, de azafrán y de pescado frito, su polvo color de sol, su ruido de cascabeles al cuello de las mulas.
 Los griegos la organizaron, los romanos la conquistaron, la asolaron los bárbaros; bizantinos y normandos se turnaron en ella como dueños: peroNápoles absorbió, utilizó, fundió sus artes, sus leyes y sus lenguajes, y la imaginación de la calle se nutría de los recuerdos, de los ritos y de los mitos de sus conquistadores,
 El pueblo no era ni griego, ni romano, ni bizantino; era el pueblo napolitano de siempre, ese pueblo que no se parece a ningún otro en el mundo, que usa la alegría como máscara e mimo para cubrir la tragedia de lamiseria, que emplea el énfasis para salpimentar la monotonía de las horas, y cuya aparente pereza es sabiduría que consiste en no fingir actividad cuando no hay nada que hacer; un pueblo que ama la vida, que se ríe de los reveses del destino, que desprecia la agitación guerrera porque la paz, que raramente le fue concedida, no le aburre jamás.
 En aquella época y desde hacía unos cincuenta años,Nápoles había pasado de la dominación de los Hohenstaufen a la de los príncipes de Anjou. El establecimiento de éstos, llamados por la Santa Sede, se logró en medio de matanzas, represiones y asesinatos que ensangrentaron entonces la península. Las dos mayores aportaciones de la nueva monarquía fueron, por una parte, la industria de la lana, que fundaron en los arrabales, y, por otra, la enormeresidencia, mezcla de palacio y fortaleza, que la monarquía se hizo construir cerca del mar por el arquitecto francés Pedro de Chaulnes. La residencia tenía un gigantesco torreón rosado levantado hacia el cielo, al que los napolitanos, tanto por su sentido del humor como por su apego a los antiguos cultos fálicos, llamaron inmediatamente el //maschio angioino//, el «macho angevino».
 Una mañana de enerode 1315, en una pieza alta de ese castillo, Roberto de Oderisi, joven pintor napolitano discípulo de Giotto, contemplaba el retrato recién terminado que constituía la parte central de un tríptico. Inmóvil delante del caballete, con el pincel entre los dientes, se hallaba embebido en el exámen de su cuadro. El óleo, todavía fresco, despedía húmedos reflejos. Se preguntaba si un toque de amarillo máspálido, o por el contrario de amarillo ligeramente anaranjado no habría plasmado mejor el brillo dorado de los cabellos, si la frente era bastante clara, si los ojos, aquellos ojos azules y algo redondos, lograban expresar perfectamente la vida. La forma era aquella, desde luego, la forma... Pero, ¿y la mirada? ¿Qué tenía la mirada? ¿Un puntito de blanco en la pupila? ¿Una sombra un poco másextendida en el rabillo del ojo? ¡Cómo lograr jamás, mediante colores molidos y dispuestos los unos al lado de los otros, reproducir la realidad de un rostro y las extrañas variaciones de luz sobre el contorno de las sombras! Tal vez no eran los ojos, después de todo, su preocupación, sino la transparencia de la nariz, o bien el claro brillo de los labios...
 «He pintado muchas vírgenes, siempre conla misma cara y la misma expresión de éxtasis ausente...», pensaba el pintor.
 —Así pues, señor Oderisi, ¿está terminado? —preguntó la bella princesa que le servía de modelo.
 Desde hacía una semana, pasaba horas al día sentada en aquella pieza, posando para un retrato pedido por la corte de Francia.
 A través de la gran ojiva con la vidriera abierta, se veían las arboladuras de los navíos de...
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