Roberto Arlt La Luna Roja
La luna roja
De: El jorobadito, Buenos Aires, Losada, 1958.
Nada lo anunciaba por la tarde.
Las actividades comerciales se desenvolvieron normalmente en la
ciudad. Olas humanas hormigueaban en los pórticos encristalados de
los vastos establecimientos comerciales, o se detenían frente a las
vidrieras que ocupaban todo el largo de las calles oscuras, salpicadas
de olores a telasengomadas, flores o vituallas.
Los cajeros, tras de sus garitas encristaladas, y los jefes de personal
rígidos en los vértices alfombrados de los salones de venta, vigilaban
con ojo cauteloso la conducta de sus inferiores.
Se firmaron contratos y se cancelaron empréstitos.
En distintos parajes de la ciudad, a horas diferentes, numerosas parejas
de jóvenes y muchachas se juraron amor eterno, olvidandoque sus
cuerpos eran perecederos; algunos vehículos inutilizaron a
descuidados paseantes, y el cielo, más allá de las altas cruces
metálicas pintadas de verde, que soportaban los cables de alta tensión,
se teñía de un gris ceniciento, como siempre ocurre cuando el aire está
cargado de vapores acuosos.
Nada lo anunciaba.
Por la noche fueron iluminados los rascacielos.
La majestuosidad de susfachadas fosforescentes, recortadas a tres
dimensiones sobre el fondo de tinieblas, intimidó a los hombres
sencillos. Muchos se formaban una idea desmesurada respecto a los
posibles tesoros blindados por muros de acero y cemento. Fornidos
vigilantes, de acuerdo a la consigna recibida, al pasar frente a estos
edificios, observaban cuidadosamente los zócalos de puertas y
ventanas, no hubiera allíabandonada una máquina infernal. En otros
puntos se divisaban las siluetas sombrías de la policía montada,
teniendo del cabestro a sus caballos y armados de carabinas
enfundadas y pistolas para disparar gases lacrimógenos.
Los hombres timoratos pensaban: “¡Qué bien estamos defendidos!”, y
miraban con agradecimiento las enfundadas armas mortíferas; en
cambio, los turistas que paseaban hacían detener a suschoferes, y con
la punta de sus bastones señalaban a sus acompañantes los luminosos
nombres de remotas empresas. Estos centelleaban en interminables
fachadas escalonadas y algunos se regocijaban y enorgullecían al
pensar en el poderío de la patria lejana, cuya expansión económica
representaban dichas filiales, cuyo nombre era menester deletrear en la
proximidad de las nubes. Tan altos estaban.Desde las terrazas elevadas, al punto que desde allí parecía que se
podían tocar las estrellas con la mano, el viento desprendía franjas de
músicas, “blues” oblicuamente recortados por la dirección de la racha
de aire. Focos de porcelana iluminaban jardines aéreos. Confundidos
entre el follaje de costosas vegetaciones, controlados por la respetuosa
y vigilante mirada de los camareros, danzaban losdesocupados
elegantes de la ciudad, hombres y mujeres jóvenes, elásticos por la
práctica de los deportes e indiferentes por el conocimiento de los
placeres. Algunos parecían carniceros enfundados en un “smoking”,
sonreían insolentemente, y todos, cuando hablaban de los de abajo,
parecían burlarse de algo que con un golpe de sus puños podían
destruir.
Los ancianos, arrellanados en sillones de pajajaponesa, miraban el
azulado humo de sus vegueros o deslizaban entre los labios un
esguince astuto, al tiempo que sus miradas duras y autoritarias
reflejaban una implacable seguridad y solidaridad. Aun entre el rumor
de la fiesta no se podía menos de imaginárseles presidiendo la mesa
redonda de un directorio, para otorgar un empréstito leonino a un
estado de cafres y mulatillos, bajo cuyos árbolescorrerían linfas de
petróleo.
Desde alturas inferiores, en calles más turbias y profundas que
canales, circulaban los techos de automóviles y tranvías, y en los
parajes excesivamente iluminados, una microscópica multitud
husmeaba el placer barato, entrando y saliendo por los portalones de
los “dancings” económicos, que como la boca de altos hornos
vomitaban atmósferas incandescentes.
Hacia...
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