Robinson
caritativo conmigo en mi desesperación, amable al principio y honesto al final. Le mostré todo lo que había
recibido y le dije que, después de la Providencia celestial, que dispone todas las cosas, todo se lo debía a él.
Ahora me correspondía a mí darle una recompensa, que sería cien vecesmayor que lo que me había dado.
Primero le entregué los cien moidores que había recibido de él. Entonces, hice llamar a un notario y le
ordené que redactara un descargo, lo más clara y detalladamente posible, por los cuatrocientos setenta
moidores que me debía, según lo había reconocido. A continuación, di una orden para que se le entregara
un poder como recaudador de las rentas anuales de miplantación, indicándole a mi socio que llegara a un
acuerdo con el viejo capitán para que le enviase por barco, a mi nombre, lo producido. En la última
cláusula, ordené que se le pagara una renta anual de cien moidores y otra de cincuenta moidores anuales a
su hijo. De esta forma, recompensé a mi viejo amigo.
Ahora tenía que decidir qué rumbo tomar y qué hacer con el estado que la Providenciahabía puesto en
mis ma nos. En realidad, en este momento eran muchas más las preocupaciones que cuando llevaba una
vida solitaria en la isla, donde no deseaba nada que no tuviese ni tenía nada que no desease. Ahora, en
cambio, tenía un gran peso sobre los hombros y mi problema era buscar la forma de asegurarlo. No
disponía de una cueva donde esconder mi dinero ni un lugar donde pudiera dejarlo sinllave o cerrojo para
que se enmoheciera antes de que alguien pudiera utilizarlo. Todo lo contrario, ahora no sabía dónde ponerlo
ni a quién confiárselo. Mi viejo patrón, el capitán, era un hombre honesto y el único refugio que tenía.
En segundo lugar, mis intereses en Brasil parecían recla mar mi presencia pero no podía ni pensar en
marcharme antes de haber arreglado todos mis asuntos y dejadomis bienes en buenas manos. Al principio,
pensé en mi vieja amiga, la viuda, que siempre había sido honesta conmigo y seguiría siéndolo. Mas, estaba
entrada en años, pobre y, según me parecía, endeudada. No me quedaba otra alternativa que regresar a
Inglaterra llevando mis riquezas conmigo.
No obstante, tardé unos meses en resolver este asunto y, habiendo recompensado plenamente y a suentera satisfacción a mi capitán, mi antiguo benefactor, comencé a pensar en la pobre viuda, cuyo marido
había sido mi primer protector. Incluso ella, mientras pudo, había sido una leal administradora y consejera.
Así, pues, le pedí a un mercader de Lisboa que le escribiera una carta a su corresponsal en Londres,
indicándole que, no solo le entregase una letra a aquella mujer, sino que, además, lediese cien libras en
moneda y la visitase y consolase en su pobreza, asegurándole que yo la ayudaría mientras viviese. Al
mismo tiempo, le envié cien libras a cada una de mis hermanas, que vivían en el campo, pues, aunque no
padecían necesidades, tampoco vivían en las mejores condiciones; una se había casado y enviudado y la
otra tenía un marido que no era tan generoso con ella como debía.
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Sin embargo, no hallaba entre todos mis amigos y conocidos alguien a quien confiarle el grueso de mis
bienes, a fin de poder viajar a Brasil, dejando todo asegurado. Esto me producía una gran perplejidad.
Alguna vez había pensado viajar a Brasil y establecerme allí, pues estaba, como quien dice,
acostumbrado a aquella región. Pero teníaciertos escrúpulos religiosos que irracio nalmente me disuadían
de hacerlo, a los cuales haré referencia. En realidad, no era la religión lo que me detenía, pues si no había
tenido reparos en profesar abiertamente la religión del país mientras vivía allí, no iba a tenerlos en estos
momentos. Simplemente, ahora pensaba más en dichos asuntos que antes y, cuando imaginaba vivir y
morir allí, me...
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