rogert abrtra
ANALES DE
BARTRA, ROGER. La jaula de la
Grijalbo, 1987. 271 p.
México, Editorial
Por alguna pulsión reptílica en cuyo carácter no profundizaré ahora, me es preciso comenzar hablando de los espejos que ha explorado Ende. Esta tarde
el relato de Hor, que evocó en mi mente
una caminata ya añeja de una década: esa tarde, Bartra y yo contemplamos las plantas rotuladas del jardín queencierra al acuario
de Cortázar; de a h í nos fuimos a la tumba de Porfirio
para
acabar escogiendo botellas y quesos a sólo unas cuadras de donde
enseñó Abelardo.
En ese paseo hablamos primero de los axolotes; Roger se refirió a Alfonso Reyes, y discutimos de la trascendencia semántica y
animica de las ortografías que recorren venas y arterias cerebrales
problemas y placeres
de todonacido mexicano. Luego
del oficio y lucros de los funerarios; finalmente, ya ante la mesa,
hicimos meticulosa comparación de los camambertes del Bajio y
las baguettes de ambos lados del océano, y los jugos
la
de la uva producidos a lo largo de la franja del vino. Ni uno ni otro
deseaba escapar ese
a ninguna pauta conductual.
Era la época en que Bartra discernía tramas y urdimbres de redesimaginarias y, por lo que ahora se ve -aunque
ni
mismo lo supiera- comenzaba también a fabricar pajareras para
anfibios reticentes.
Dice Hor: "Mi nombre es Hor. Mejor seria decir: me llamo
Hor.
quién, aparte de mí, me llama por mi nombre?.. El
paso del tiempo no significa nada para
No tiene posibilidad d e
medirlo, excepto con el latido de su corazón. Pero éste es muy
desigual. Hor no conocelos días ni las noches, siempre le rodea
la misma penumbra".
Lo que, en cierta forma, significa: quien ose poner espejo en
el espejo, descubrirá irremediablemente que, siendo la nación la
comarca más pisoteada y hermética de nuestro cerebro ritualizador
y
concebirla exige toda la opacidad que oculta los
motivos profundos para aceptar pacientemente dominación, desigualdad e injusticia. Ennuestro país casi todos
su patriotismo con la frente muy X.
La violencia abrillanta y transparenta turbiedades. Novelistas
inconfesos, los llamados científicos sociales a veces son capaces d e
violentar la realidad con la escritura para penetrar en sus arcanos.
Esta violencia puede preocupar a algunos cuando el autor la ejerce
sobre una cultura política y u n sistema de ideologíasentronizados
como únicos. Es previsible que en este caso pronto se le retrate como un vándalo que a
quiere destruir cuanto
a su paso
en los lugares comunes que visita. Cuantimás si se trata de altares
del mexicanismo levantados con empeño talmudista por los más
apreciados oficiantes de la identidad.
Esta obra nueva sobre mitos viejos será atacada por algunos,
mientras otros pretenderán que no hasido escrita. Con todo, ya
comienza a estimular concepciones de futuro con que se aminoran, poco a poco, los peligros del comportamiento burocrático
que entraíía el cerebro humano más profundo.
Los campesinos, sobrevivientes de épocas sin retorno, parecen
cumplir la obligación social de evocar tristezas intimas y suavemente velardianas. La cultura que Bartra propone llamar desmother-na, los hahecho habitantes de un paraíso perdido antes de
que nadie lo poseyera, fuente invocada de la patria y la nación.
Los primeros se presentan como si fueran inmutables; y quienes
supuestamente
expulsados del segundo, aparecemos como
resultado evolutivo de un proceso de retención permanente de las
características juveniles de nuestros ancestros: se nos ha convencido de que somos seresneoténicos y progenéticos. Para la mítica
oficial de la identidad indivisible, hemos de compartir con nuestros excepcionales paisanos, los axolotes, no sólo el monograma
intervocálico de la doble articulación ocluyente, sino también la
capacidad de reproducirnos y permanecer en estado larvario; eso
nos permitiría, a ellos y a nosotros, eludir transformaciones.
Campesinos sin milpas y en la urbe, la...
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