Romances Historicos
Por Don Ángel Saavedra, (Duque de Rivas)
Enrique Gil y Carrasco
Romances históricos
Enrique Gil y Carrasco
Aunque la mayor parte de los periódicos así literarios como políticos
han tomado a su cargo la crítica de la nueva obra con que hace poco ha
enriquecido la literatura española el Sr. Duque de Rivas, no creemos que
esté de sobra nuestro humilde pareceracerca de los Romances Históricos,
siquiera no saquemos de ello más provecho que rendir público homenaje al
talento, y contribuir al crédito de un libro que por muchas razones lo
merece grande. Fuerza será decir también en obsequio de la verdad, que las
consideraciones a que ha dado lugar su publicación han sido más limitadas
de lo que reclama el asunto, ya por falta de espacio, ya por ceñirse auna
escala demasiadamente reducida. Deseosos nosotros de suplir esta falta, y
cumpliendo con la obligación que tenemos contraída con el público,
procuraremos dar a conocer si no con inteligencia, con lealtad por lo
menos, los trabajos del Sr. Saavedra, y asegurarles el lugar a que hace
tiempo los están llamando las prendas poco comunes que los adornan. No
son de ahora sus méritos literariosy los eminentes servicios prestados a la
causa de las letras en España: hace tiempo que su huella ha quedado
profundamente grabada en el campo de nuestra regeneración poética, cuyo
primer adalid es, y por esto tampoco es nuestro ánimo circunscribirnos a su
última producción; antes bien queremos llamar la atención del público
tanto sobre la primera muestra que dio de su ingenio al soltar losgrillos y
ataduras que tanto tiempo tuvieron comprimida su imaginación, como
sobre la que por ahora cierra la serie de sus poesías.
Claro está que hablamos de El Moro Expósito, o sea Córdoba y
Burgos en el siglo décimo, impreso y publicado en París en 1834; pero aun
para apreciar debidamente sus quilates se hace preciso que demos una idea
del estado en que nuestra literatura se encontraba,cuando el autor comenzó
a escribir este bello poema (1827). De esta manera pondremos más de bulto
no solo su índole, sino también su influencia, y lograremos eslabonar dos
épocas diversas, ayudando a su calificación; calificación que procuraremos
cimentar no tanto en sus formas, como en sus tendencias, bien convencidos
de que esta es la única fecunda.
Los críticos franceses del siglo XVII yXVIII aclimatados y puestos
en boga entre nosotros por Luzán y sus secuaces, despojaron a nuestra
literatura (fuerza es decirlo) de toda espontaneidad, y acabaron con su
originalidad y carácter propio. A tal punto habían venido las musas
castellanas en el desastroso reinado de Carlos II, que sin duda era preciso
un remedio poderoso a regenerarlas y rejuvenecerlas; y aun para disciplinar
lastendencias anárquicas de la época convendremos en que la restauración
de los códigos del buen gusto clásico era medida de la mayor eficacia; pero
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lo que como contraveneno y socolor de medicina se introdujo, diéronlo aun
después de combatida la enfermedad, por alimento de uso cotidiano, y eso
bastó para alterar y viciar eltemperamento poético (si es lícito decirlo así)
de nuestra nación. Si la literatura es el reflejo de la sociedad, como lo
demuestra la historia de todos los pueblos a quien desapasionadamente la
recorra, sin duda se equivocaban los que sin tener en cuenta más que el
espíritu de obediencia y de imitación, trasladaban a nuestro país las formas
del sentimiento de otro país, en cuyas circunstanciasse advertía escasa
analogía con las nuestras. Persuasión y empeño tales tenían honda raíz en el
ánimo de los innovadores, pues mirando a la literatura como un
instrumento de recreación y agrado, y negándole todo carácter filosófico y
social, fácilmente se convencían de que allí se aclimataría, donde ostentase
regularidad de formas y proporciones concertadas y armoniosas; no de otra
suerte...
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