Rosario Tijeras Jorge Franco

Páginas: 162 (40386 palabras) Publicado: 28 de junio de 2015
Rosario Tijeras
Jorge Franco
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Oración al Santo Juez
Si ojos tienen que no me vean,
si manos tienen que no me agarren,
si pies tienen que no me alcancen,
no permitas que me sorprendan por la espalda,
no permitas que mi muerte sea violenta,
no permitas que mi sangre se derrame,
Tú que todo lo conoces,
sabes de mis pecados,
pero también sabes de mi fe,
no medesampares,
Amén.

UNO
Como a Rosario le pegaron un tiro a quemarropa mientras le daban un beso,
confundió el dolor del amor con el de la muerte.
Pero salió de dudas cuando despegó los labios y vio la pistola.
—Sentí un corrientazo por todo el cuerpo. Yo pensé que era el beso... –me dijo
desfallecida camino al hospital.
—No hablés más, Rosario –Le dije, y ella apretándome la mano me pidió que no
ladejara morir.
—No me quiero morir, no quiero.
Aunque yo la animaba con esperanzas, mi expresión no la engañaba. Aún
moribunda se veía hermosa, fatalmente divina se desangraba cuando la entraron
a cirugía. La velocidad de la camilla, el vaivén de la puerta y la orden estricta de
una enfermera me separaron de ella.
—Avísale a mi mamá –alcancé a oír.
Como si yo supiera dónde vivía su madre. Nadie losabía, ni siquiera Emilio,
que la conoció tanto y tuvo la suerte de tenerla.

Lo llamé para contarle. Se quedó tan mudo que tuve que repetirle lo que yo
mismo no creía, pero de tanto decírselo para sacarlo de su silencio, aterricé y
entendí que Rosario se moría.
—Se nos está yendo, viejo.
Lo dije como si Rosario fuera de los dos, o acaso alguna vez lo fue, así hubiera
sido en un desliz o en elpermanente deseo de mis pensamientos.
—Rosario.
No me canso de repetir su nombre mientras amanece, mientras espero a que
llegue Emilio, que seguramente no vendrá, mientras espero que alguien salga del
quirófano y diga algo. Amanece más lento que nunca, veo apagarse una a una las
luces del barrio alto de donde una vez bajó Rosario.
—Mirá bien donde estoy apuntando. Allá arriba sobre la hilera deluces
amarillas, un poquito más arriba quedaba mi casa. Allá debe estar doña Rubi
rezando por mí.
Yo no vi nada, sólo su dedo estirado hacia la parte más alta de la montaña,
adornado con un anillo que nunca imaginó que tendría, y su brazo mestizo y su
olor a Rosario. Sus hombros descubiertos como casi siempre, sus camisetas
diminutas y sus senos tan erguidos como el dedo que señalaba. Ahora se estámuriendo después de tanto esquivar la muerte.
—A mí nadie me mata –dijo un día—. Soy mala hierba.
Si nadie sale es porque todavía estará viva. Ya he preguntado varias veces pero
no me dan razón, no la registramos, no hubo tiempo.
—La muchacha, la del balazo.
—Aquí casi todos vienen con un balazo— me dijo la informante.
La creíamos a prueba de balas, inmortal a pesar de que siempre vivió rodeada
demuertos. Me atacó la certeza de que algún día a todos nos tocaba, pero me
consolé con lo que decía Emilio: ella tiene un chaleco antibalas debajo de la piel.
—¿Y debajo de la ropa?
—Tiene carne firme –respondió Emilio al mal chiste—. Y contentate con mirar.
Rosario nos gustó a todos, pero Emilio fue el único que tuvo el valor, porque hay
que admitir que no fue sólo cuestión de suerte. Senecesitaba coraje para meterse
con Rosario, y así yo lo hubiera sacado, de nada hubiera servido porque llegué
tarde.
Emilio fue el que la tuvo de verdad, el que se la disputó con su anterior dueño,
el que arriesgó la vida y el único que le ofreció meterla entre los nuestros. «Lo
mato a él y después te mato a vos», recordé que la había amenazado Ferney. Lo
recuerdo porque se lo pregunté a Rosario:
—¿Qué fuelo que te dijo , Farley?
—Ferney.
—Eso, Ferney.

—Que primero mataba a Emilio y después me mataba a mí – me aclaró Rosario.
Volví a llamar a Emilio. No le pregunté por qué no venía a acompañarme, sus
razones tendría. Me dijo que él también seguía despierto y que seguramente más
tarde pasaría.
—No te llamé para eso, sino para que me dieras el teléfono de la mamá de
Rosario.
—¿Supiste algo?...
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