Rosario Tijeras
lo digo por esa manía absurda que tienen las mujeres de unirseno al hombre que quieren, sino al que les da la gana.
Ganarle simplemente, doblegarla, tenerla a sus pies como a un contendor humillado, o al menos engañarse,como estamos todos los que creemos que la cuestión se resuelve con una profesión, una esposa, una casa segura y unos hijos. La pelea de Rosario no es tan simple,tiene raíces muy profundas, de mucho tiempo atrás, de generaciones anteriores; a ella la vida le pesa lo que pesa este país, sus genes arrastran con una raza dehidalgos e hijueputas que a punta de machete le abrieron camino a la vida, todavía lo siguen haciendo; con el machete comieron, trabajaron, se afeitaron, mataron yarreglaron las diferencias con sus mujeres.
En su afán por seguirla, se fue metiendo poco a poco en el mundo extraño de Rosario y cuando se dio cuenta de hasta dóndehabía llegado, ya estaba hasta el cuello de vicios, deudas y problemas.
lo que lo tenía fuera de sí era darse cuenta de que Rosario no era un sueño, sino unarealidad.
Fue un aprendizaje paso a paso, donde la confianza, el cariño y los tragos ayudaron para que me soltara sus secretos
Sus historias no eran fáciles. Lasmías parecían cuentos infantiles al lado de las suyas, y si en las mías Caperucita regresaba feliz con su abuelita, en las de ella, la niña se comía al lobo, alcazador y a su abuela, y Blancanieves masacraba los siete enanos.
Para Rosario la guerra era el éxtasis, la realización de un sueño, la detonación de los instintos
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