Sadasdasd
Benjamín Angel Maya -
¡Oh! Qué triste y amargo mi penar
Cuando supe que me iban a capar.
Cuando aquél de quien era prisionero,
Sal llevaba al potrero,
mucho que me alegraba,
pero jamás aquella sal probaba.
Ni un grano me dejaba ese judío,
aunque era el potro compañero mío.
Razón porque viviera yo lanudo
y él gordo y mofletudo
como cebado sacristán ociosodonde veneran santo milagroso.
Yo crecía y crecía.
(Hasta aquí Juan de D. Botero
En su historia de un bagaje
Contada por él mismo).
Más a pesar de todo yo engordaba.
Y mi estampa viril aumentaba
dejando casi muerto de la tusa
a mi socio, que con cara de lechuza,
Cuatralbo, coleador, carranchiloso,
Angurriento, logrero,
Jactancioso, mancoreto,
tragón, medio cachorro,
petulante,trotón y bien pedorro.
Oliendo aquí y allá
correteando, triscando, ansioso
y anhelando ser caballo
bien ágil y contento,
yo lanzaba relinchos con aliento,
iba y venía al trote alebrestado,
o galopando, o al paso repicado,
o ensayando posturas a porfía
en busca del amor con ardentía.
De pronto sucedió, ¡quien lo creyera!
Que al final de una gira mañanera,
me topé de improviso unaspotrancas
de cuello erguido, de lustrosas ancas,
que pastaban contiguas a do yo estaba;
aunque un vallado feroz nos separaba,
ya que su dueño, un viejo montarás,
no permitía las olieran por detrás.
Tal suceso volvióme medio loco
y enamorado, relinchaba un poco,
bien duro, que me oyeran ellas,
tan vistosas, tan ágiles, tan bellas,
tan esbeltas, tan lúcidas e inquietas,
tan brinconas, tan finasy coquetas,
tan cerreras, tan vírgenes y prietas,
tan ariscas, tan buenas y secretas.
Mas, animado por las vitaminas
y repleto de fuerzas ultra equinas
una mañana me salté el vallado
y en carrera veloz llegué a su lado,
sudoroso, retozón y alebrestado,
nervioso, tembloroso, apasionado,
con algo muy largote y entiesado
que me salió del cuerpo acalorado.
Con salemas y piruetascortesanas
me recibieron las apuestas damas,
y yo autorizado por aquellas gracias,
hice sobre ellas tales acrobacias
que casi me desmayo en el instante,
pues bajé débil, extenuado, agonizante,
con la verga trompona y chorreante
y un copioso sudor escalofriante.
Y sucedió que mi patrón furioso
por ese atrevimiento escandaloso,
mandó que me llevaran al corral.
Que me tumbaran y me echaranpial.
Y me sacaran los derechos que tenía
a ser caballo de raza y lozanía,
pues siendo tal nacido y descarado
merecía por siempre estar capado.
Reunidos en torno a un bramadero
con la soga más fuerte del vaquero
me amarraron las manos y las patas,
pasando por el cuello unas tirantas
que al recobrarlas con fiereza enorme
me convirtieron en su yugo informe,
sin derecho siquiera al pataleo,mas, sufriendo de orina un goteo.
Provisto de un platón con veterina,
de navaja, de aguja y piola fina,
llegó por fin el capador infame
y sin piedad, siquiera sin hablarme,
presumido, poniéndose en cuclillas
comenzó a irrespetarme las criadillas
con apretones sin piedad alguna
y haciéndolas brincar una por una.
Fue tan cruel el criminal antojo
que me dejaron descubierto un ojopara que viera sin perderme nada
la triste operación de mi capada.
Dos cortadas finitas y largotas
dejaron la salida a mis pelotas
envueltas entre fibras y tendones,
las cuales reventaban a tirones
delante del hijo de la mancoreta.
Con un feo vacío entre la horqueta
bañado en sangre, la pupila yerta,
angustioso, fujido por la jeta,
desintegrado y la mirada incierta
y la viril estampadescompleta.
Ya no podría calar mi bayoneta
Ni mantener mis dos en la bolseta.
Lo cierto fue que el capador vergajo
terminó por tirarle lo que extrajo,
adherido a membranas y tendones,
o sea, lo que llaman los cojones,
a una perra sarnosa, embarazada,
que estaba vigilando la capada.
En el aire los pedazos atrapaba
y en una exhalación se los tragaba.
Y vino, entonces, aflicción...
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