San francisco
El joven comerciante se manifiesta hábil y afortunado, pero al mismo tiemposigue los impulsos de su temperamento ávido de gloria y de placer. No había cumplido aún los veinte años, cuando estalló la guerra entre Perusa y Asís, lucha en que al punto se alistó, siendo hecho prisionero (1202). Recobrada la libertad a fines de 1203, volvió a su vida habitual.
Su ardor belicoso vuelve de nuevo a despertar al anuncio de una expedición militar a Apulia. Sonríe a Francisco elensueño de hacerse armar caballero en el campo de batalla, combatiendo a las órdenes de Gualtiero III de Brienna, y con esta ilusión parte; mas pronto se detiene en su camino, muy cerca todavía de Asís, en Espoleto. Una visión le orienta hacia otro destino, y bruscamente vuelve a su ciudad natal.
En 1206 se entrega totalmente al servicio de Dios y renuncia a la herencia paterna para llevar durantedos años una vida eremítica, dedicado a reparar las iglesias de San Damián, San Pedro y Santa María de los Ángeles, capillita esta última donde, a fines del 1208 o comienzos del 1209, comprende plenamente su vocación. Por este título la humilde capilla ha merecido ser considerada como cuna de la Orden de Frailes Menores.
No soñaba entonces el joven convertido con ser fundador de una Orden nueva.Su vida penitente, tan opuesta a sus costumbres de antaño, sólo suscitó al principio compasión y burla. Sin embargo los espíritus reflexivos vieron en él los caracteres de la santidad verdadera y pronto se vio rodeado de discípulos; fue el primero Bernardo de Quintavalle, que no vaciló en vender todos sus bienes y distribuirlos entre los pobres; y luego Pedro Catáneo. Tomaron el mismo hábito queFrancisco y vivieron con él, esforzándose en seguir a la letra los consejos evangélicos (2).
Francisco, Bernardo y Pedro se instalaron en Rivo Torto, donde se les unió Fray Gil, también de Asís. A pesar de las burlas y befas de sus conciudadanos, los nuevos penitentes formaron un pequeño grupo que poco a poco fue en aumento. Comprendió Francisco que a cada momento necesitaba una norma de vida algomás precisa, y sencillamente, y en pocas palabras, redactó una Regla para sí y los suyos, utilizando preferentemente las palabras del Evangelio, cuya perfección era su aspiración única; y con sus compañeros, ya en número de once, se dirigió a Roma en busca de la aprobación pontificia. Viva fue la oposición del Sacro Colegio de Cardenales contra aquel lego, que con sobrada facilidad abandonaba lasformas tradicionales de vida religiosa; pero las prudentes palabras del Cardenal Juan de San Pablo disiparon las dudas del Papa. Inocencio III reconoció en Francisco al hombre de Dios; lo abrazó, aprobó verbalmente su Regla, y le dio autorización para predicar penitencia. Idéntico privilegio se concedió a sus discípulos, pero condicionado a la previa autorización de Francisco. Finalmente, el...
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