San Martin Y La Medalla De Bailen
DE BAILÉN
No era el hombre más honesto
ni el más piadoso,
pero era un hombre valiente
Arturo Pérez-Reverte
1.
Marcha de aceros en la oscuridad
El capitán pensó en Napoleón. Apenas un fogonazo en la memoria que barrió para no distraerse. Sostuvo en su puño el sableenvainado, giró sobre su montura medio cuerpo y se alzó levemente sobre los estribos para ver más atrás y más lejos: veinte hombres a caballo y cuarenta a pie lo seguían en la oscuridad. Solo se oían los cascos y el tintineo de los metales, sombras detrás de sombras en medio de la nada. Caballería de Borbón y Húsares de Olivenza, y una infantería de apoyo surgida de su propio regimiento, los Voluntariosdel Campo Mayor.
El capitán vestía el uniforme de “El Incansable”: una casaca verde, con su forro y bocamangas encarnados, botones y entorchados de plata, chaleco y calzón blancos, y un sombrero de dos picos con penacho rojo sobre la escarapela. En aquella madrugada del 23 de junio de 1808 tenía treinta años y una misión de sangre: tomar contacto con la avanzada de las tropas francesas ydestrozarlas. Eran la vanguardia de la vanguardia, el ariete mismo del Ejército de Andalucía, y no podían hacer otra cosa que seguir adelante y encomendarse a la Inmaculada Concepción.
Giró de nuevo sobre su caballo y avanzó mirando al frente, hacia la espesura, por el camino del arrecife, a través de campos de olivares y sierras, imaginando que detrás se escondían los treinta mil franceses que veníanarrasando pueblos, saqueando casas, degollando niños y violando mujeres.
Qué triste ironía. El capitán había combatido junto a esos hombres en otros tiempos, simpatizaba con su revolución de luces y admiraba el genio militar de Napoleón Bonaparte. Había estado a punto de ser linchado en Cádiz a manos españolas por esas simpatías. Pero los franceses habían invadido España, vejado sus tradiciones yusurpado el trono, y aunque el capitán había nacido en América aún se sentía parte de aquella patria descompuesta. Ahora sí pensó un rato en Napoleón. Once años atrás el capitán no era capitán sino teniente de caballería, y navegaba peligrosas aguas a bordo de la fragata Santa Dorotea. España era todavía aliada de Francia y el barco estaba fondeado en Tolón mientras la impresionante escuadra francesaultimaba los preparativos para la campaña de Egipto. Hubo una fiesta de honor para la oficialidad española, y Bonaparte se abrió paso entre muchos y clavó la mirada en el teniente español. Fueron unos segundos mágicos y desconcertantes, que nadie pudo comprender, y entonces el futuro emperador dio un paso más y tomó un botón de la casaca blanca y celeste, y leyó el nombre de Murcia. El tenientele sostuvo la mirada, y Napoleón sonrió de manera enigmática como si entendiera con el instinto algo que no podía pronunciarse. Tal vez sólo se trataba de un vago presentimiento.
No era de vanagloriarse, aunque el capitán de “El Incansable” había contado algunas veces ese breve encuentro con una mezcla de orgullo y escalofríos. Mirando las tinieblas de la noche cerrada casi podía imaginar que esosojos célebres y penetrantes seguían observándolo detrás de la serranía.
El avance de la columna era lento y grave: los jinetes no podían superar el ritmo pesado de la infantería y había que marchar ensimismado pero despierto, con las armas listas. El capitán se dio cuenta de que aún sostenía el sable envainado con la mano izquierda, como si fuera a caérsele al piso. Lo soltó para que pendiera yse pasó una mano por la frente. Faltaba poco para clarear, lo sentía en las tripas. Después de tantos años de guerra y cuartel podía reconocer el advenimiento de la alborada con solo ver la insinuación de un destello. Ya eran casi las cinco, hora de probar suerte. Tiró de las riendas y se apartó de la fila, pegó tres gritos roncos y secos y dos húsares se despegaron del grupo y clavaron...
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