Sara Craven

Amores cruzados
Guido Bartaldi era un hombre poderoso y sensual del que, en circunstancias
normales, Clare habrÍa huido. Los hombres como Guido estaban demasiado
acostumbrados a salirse con la suya, y él había decidido claramente quién iba a ser
su esposa: la joven a quien tutelaba, Paola. Clare sintió pena por Paola y aceptó el
puesto de acompañante de la muchacha. Pero cuando se vio en lamansión de Guido,
empezó a sospechar que él tenía otras intenciones distintas de las que aparentaba.
¡Fue ella a quien escogió como futura esposa!

Uno
Había hecho un calor sofocante en Roma, con cielos azules y un sol espléndido,
pero en aquel momento, mientras conducía rumbo al norte veía que unas nubes oscuras
y el lejano rugido de un trueno amenazaban tormenta.
Al parecer, salía de unatormenta para meterse en otra, pensó, mientras
conducía el Fiat alquilado por una tortuosa curva.
La primera tormenta había sido de índole humana, y había concluido con el fin de
su trabajo de profesora de inglés de los niños de una familia rica de Roma.
Y todo porque al cabeza de familia se le iban los ojos y las manos tras las
mujeres...
-No es culpa suya, sígnorina -le había dichoaquella mañana la señora Dorelli,
vestida impecablemente con ropa de seda gris y collar de perlas a juego-. No crea que
la culpo por el estúpido comportamiento de mi marido. Usted no tiene la culpa. Pero no
debí traer a una mujer joven y atractiva a mi casa. Puede ser que al menos le haya
enseñado que él no es irresistible -había agregado-. Pero, según están las cosas, no me
queda otra alternativaque dar por terminado nuestro acuerdo de trabajo.Y creo que
el próximo profesor será un hombre...
Así que Clare había hecho las maletas, se había despedido de los niños, a los que
había tomado cariño, y había aceptado con gesto inexpresivo la liquidación de sus
honorarios, que incluían una sustancial bonificación por parte del señor Dorelli, quien,
al entregarle el dinero, aún llevaba eltraje de Armani manchado de café, que se había
visto obligada a tirarle encima durante el desayuno.
Si hubiera sido por él, la habrían despedido sin un céntimo, pensó Clare. Pero
afortunadamente su mujer había tenido otra opinión.Y sin duda, el pago había sido la
primera parte de un castigo que impondría a su marido en las próximas semanas, o
meses.
Y él se lo merecía, se dijo Clare. Habíapasado unos días horribles. Primero
intentando ignorar sus miradas lascivas y los susurrados comentarios obscenos, luego,
intentando evitarlo, y alegrándose de que su dormitorio tuviera llave.

Pero no había logrado siempre escapar de él. Muchas veces se lo había
encontrado en actitud sospechosa, intentando acorralarla en pasillos y entradas, y
tocarla cuando no lo veían.
Y aquella mañana,cuando la había encontrado sola en el comedor, no sólo había
intentado besarla, sino que había deslizado una mano por debajo de su falda. Entonces,
furiosa, Clare le había tirado el café encima en el preciso momento en que había
entrado la señora Dorelli.
Por ello en aquel momento se encontraba libre como un pájaro, conduciendo hacia
Umbría.
Éste no había sido su plan original, por supuesto. Elsentido común le decía que
debía volver a Gran Bretaña, y avisar a la agencia de que le buscase otro trabajo.
Y eso haría. Pero después de ir a ver a Violetta.
Sonrió al recordar a su madrina, vestida de seda y perfumada. Una viuda que
nunca se había querido casar otra vez.
-Por qué limitarse a un solo plato, cara, cuando hay todo un banquete para
disfrutar? -le había dicho una vez.Violetta siempre le había parecido una mujer que disfrutaba de la vida, y a la que
ésta había tratado bien. Y durante el verano, le gustaba retirarse a su casa al pie de la
montaña, cerca de Urbino, y descansar de la vida social agitada que llevaba el resto
del año.
Y siempre insistía en que Clare fuera a visitarla allí y se quedara con ella.
-Ven cuando quieras -le había dicho-. Eres la misma...