La historia política del siglo XX nos ha legado una vivencia espeluznante. Entre sus escombros se duda de los valores éticos que la Ilustración cultivó como un escudo contra labarbarie. Algunos concluyen que el espíritu del humanismo ha caído en una crisis, quizá agónica. Las memorias de los totalitarismos son un capítulo insólito en los anales de lainfamia. Los testimonios de la barbarie encarnan una refutación atroz del humanismo ilustrado. Contradicen el principio vital de la modernidad humanista. Y como ha sugerido GeorgeSteiner, nada puede garantizar que "el futuro sea menos vulnerable a lo inhumano". Si a fines del siglo XVIII Voltaire conjeturaba la expectativa de abolir la tortura, hoy nocontamos con la certidumbre de un horizonte más esperanzador. La ilusión del progreso continuo se evaporó ante la evidencia brutal del holocausto. La batalla de las pasionesideológicas fue otra muestra de dónde estaban las fronteras de lo inhumano. Ahora parecería elemental reconocer que la cultura no podía detener la barbarie y, más aún, que lacivilización no es un baluarte ante el asalto de la violencia, hasta podría dudarse de que la cultura es una fuerza humanizadora. El ideal de la educación entendida como un método benéfico,pacífico y eficaz para extinguir las pasiones violentas, parecería desvanecerse como un oasis ilusorio en un desierto.
Tal vez la lección de la historia consiste en admitir quela ética humanista es insuficiente para impedir la irrupción de lo inhumano. O, ¿acaso será posible reivindicar el testamento de la modernidad, en esta época que "en términosmorales", de acuerdo con Octavio Paz, podría denominarse "la edad del fango"? No se podrán sostener los valores humanistas sin pasar por el tamiz de una confrontación autocrítica.
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