sexo
Marta vivía, como han vivido muchos de los niños de los cuentos, con su madrastra. Esta madrastra se llamaba doña Policarpa del Pésimo-Carácter y con esto está dicho que era mujer de un genio avinagrado y lleno de malas intenciones. Naturalmente con la sola compañía de doña Policarpa, la vida de la pobre Marta estaba muy lejos de ser amable o cómoda. Servía de criada única a laseñora y hacía para ella cuanto el trajín doméstico exigía; desde por la mañana con el canto del gallo en el corral, hasta la noche con el barrer de las cenizas de la hornilla de la cocina, la pobre Marta no tenía descanso.
Marta, como su madre muerta, tenía los ojos de inocencia, la tez de durazno recién madurado y el cabello negro recogido en dos trenzas. Esta semejanza con la anterior esposa de sumarido era lo que más odiosa la hacía a los ojos de su madrastra. No es cierto que Marta rompiera demasiadas cosas. Alguna vez, a la hora de fregar los platos, uno de ellos se hacía añicos en el suelo, pero es que la pobre niña tenía los dedos resbalosos de grasa o de jabón y las manos cansadas de hacer oficio. Otras veces las ropas de tan traídas y llevadas se le caían a pedazos. Cierto que undía dejó quebrar una de las fuentes de porcelana y que por treparse al duraznero de la huerta desgajó dos de sus ramas mejores, pero esto sucede a todos los niños, mucho más si tienen tanto qué hacer y no tienen ni un solo juguete propio para entretenerse.
El carácter endiablado de doña Policarpa hacía crisis cuando recibía el anuncio de alguna visita. Tales días la voz áspera no cesaba un momentode reñir y los pellizcos mordían la piel de Marta, y los bofetones sonaban sobre sus mejillas de durazno maduro. Una mañana que doña Policarpa del Pésimo-Carácter esperaba la visita de los parientes ricos, sucedió entre ella y Marta Rómpelo-Todo lo que va contarse.
Quería la señora lucirse ante los suyos y sacó del fondo del cofre, para adorno de la mesa, el botellón de cristal labrado con tapade plata que era herencia de su abuela y orgullo de toda su vida. Traía Marta la preciosa vasija entre las dos manos, con la misma reverencia que se lleva una reliquia, andando paso entre paso y sin quitar los ojos de él ni un solo momento; de pronto, dio doña Policarpa una de esas órdenes suyas a pleno pulmón, Marta tuvo un sobresalto, el jarrón vacilón entre sus manecitas y se hizo añicos sobrelas baldosas del pasadizo. Marta quedó muda de espanto e inmóvil del terror.
– ¡Maldita! ¡El diablo haga que no puedas volver a romper nada en tu vida! –hipó casi ahogada de furia doña Policarpa.
– Permítalo Dios –respondió desde el cielo la voz de la madre angelical y buena de Marta.
La niña sollozaba sin intentar siquiera detener el golpe que con el rodillo de amasar las pastas y con toda lafuerza de su ira le propinó su madrastra. Todo esto es un poco triste, pero es necesario para comprender la maravilla de este cuento.
Pegaba doña Policarpa, y Marta no lloraba ni respondía palabra. Y no lloraba porque no podía romper en lágrimas, y no gritaba, porque no podía quebrar el silencio. Desde ese día en adelante, por mal deseo de la señora y por intercesión de su buena mamá, Marta nopodía romper nada.
Admiróse doña Policarpa de la tranquilidad con que Marta recibía el castigo y paró de golpearla. A todas estas ya iban a llegar los familiares y era necesario apresurar los preparativos para el agasajo.
– Anda, descocada, y prepara la tortilla.
Fue la niña a la cocina, tomó los huevos y fue a romperlos, como siempre, contra el borde de la sartén. El primer golpe, falló, elsegundo tampoco dio resultado. Sin duda –pensó Marta– estas gallinas están comiendo mucha tierra con cal, porque la cáscara está muy dura. Tomó un cuchillo por la hoja y con el cabo golpeó con fuerza. Inútil. Marta no podía romper siquiera la cáscara de un huevo. Quiso ir a informar a doña Policarpa, pero no podía –ya lo hemos dicho– romper el silencio. Fue a la despensa, trajo el martillo de...
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