Sherlock Holmes

Páginas: 423 (105510 palabras) Publicado: 24 de febrero de 2015
Arthur Conan Doyle
Sherlock Holmes

Índice
1. Escándalo en Bohemia
2. La Liga de los Pelirrojos
3. Un caso de identidad
4. El misterio de Boscombe Valley
5. Las cinco semillas de naranja
6. El hombre del labio retorcido
7. El carbunclo azul
8. La banda de lunares
9. El dedo pulgar del ingeniero
10. El aristócrata solterón
11. La corona de berilos
12. El misterio de CopperBeeches

I. Escándalo en Bohemia

Para Sherlock Holmes, ella es siempre la mujer. Rara vez le oí mencionarla de otro modo. A sus ojos, ella eclipsa y do¬mina a todo su sexo. Y no es que sintiera por Irene Adler nada parecido al amor. Todas las emociones, y en especial ésa, resultaban abominables para su inteligencia fría y pre¬cisa pero admirable-mente equilibrada. Siempre lo he teni¬do por lamáquina de observar y razonar más perfecta que ha cono-cido el mundo; pero como amante no habría sabido qué hacer. Jamás hablaba de las pasiones más tier-nas, si no era con desprecio y sarcasmo. Eran cosas admirables para el observador, excelentes para levan-tar el velo que cubre los motivos y los actos de la gente. Pero para un razonador ex¬perto, admitir tales in-trusiones en su delicado y bienajus¬tado temperamento equivalía a introducir un factor de dis¬tracción ca-paz de sembrar de dudas todos los resultados de su mente. Para un carácter como el suyo, una emoción fuer¬te resultaba tan perturbadora como la presencia de arena en un instrumento de precisión o la rotura de una de sus po¬tentes lupas. Y sin embargo, existió para él una mujer, y esta mujer fue la difunta Irene Ad-ler, dedudoso y cuestionable recuerdo.
Últimamente, yo había visto poco a Holmes. Mi matri¬monio nos había apartado al uno del otro. Mi completa feli¬cidad y los intereses hogareños que se despiertan en el hom¬bre que por primera vez pone casa propia bastaban para absorber toda mi atención; mientras tanto, Holmes, que odiaba cualquier forma de vida social con toda la fuerza de su alma bohemia, permanecióen nuestros aposentos de Ba¬ker Street, sepultado entre sus viejos libros y alternando una semana de cocaína con otra de ambición, entre la mo-dorra de la droga y la fiera energía de su intensa personalidad. Como siempre, le seguía atrayendo el estu-dio del crimen, y dedicaba sus inmensas facultades y extraordinarios poderes de observación a seguir pis-tas y aclarar misterios que la poli¬cíahabía abandonado por imposibles. De vez en cuando, me llegaba alguna vaga noticia de sus andanzas: su viaje a Odesa para intervenir en el caso del asesinato de Trepoff, el esclare¬cimiento de la extraña tragedia de los hermanos Atkinson en Trincomalee y, por último, la misión que tan discreta y eficazmente había llevado a cabo para la familia real de Ho¬landa. Sin embargo, aparte de estas señales deactividad, que yo me limitaba a compartir con todos los lectores de la pren¬sa diaria, apenas sabía nada de mi antiguo amigo y compa¬ñero.
Una noche ––la del 20 de marzo de 1888–– volvía yo de visi¬tar a un paciente (pues de nuevo estaba ejerciendo la medici¬na), cuando el camino me llevó por Baker Street. Al pasar frente a la puerta que tan bien recordaba, y que siempre es¬tará asociada en mimente con mi noviazgo y con los sinies¬tros incidentes del Estudio en escarlata, se apoderó de mí un fuerte deseo de volver a ver a Holmes y saber en qué em-plea¬ba sus extraordinarios poderes. Sus habitaciones estaban completamente iluminadas, y al mirar hacia arriba vi pasar dos veces su figura alta y delgada, una oscura silueta en los visillos. Daba rápidas zancadas por la habitación, con aireansioso, la cabeza hundida sobre el pecho y las manos juntas en la espalda. A mí, que conocía perfectamente sus hábitos y sus humores, su actitud y comportamiento me contaron toda una historia. Estaba trabajando otra vez. Había salido de los sueños inducidos por la droga y seguía de cerca el ras¬tro de algún nuevo problema. Tiré de la campanilla y me condujeron a la habitación que, en parte, había...
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