Simplificación de la ortografía

La próxima publicación de la Ortografía de la lengua española ha reabierto el sempiterno debate en torno a la simplificación ortográfica.
Uno de los argumentos esgrimidos poraquellos que abogan por esta simplificación y que, por tanto, amparan un sistema de codificación de la lengua menos complejo es que un idioma más sencillo resulta más universal, más abarcabley más acorde con los nuevos tiempos, ya que la dificultad ortográfica no impone cortapisas al estudiante potencial. Pero, ¿no es cierto también que uno de los lenguajes más básicos delplaneta a la par que moderno es también el que supone más complejidad? ¿No representan los unos y los ceros utilizados en la informática, esa reducción casi hasta al absurdo de uncódigo escrito, uno de los más inescrutables laberintos en los que uno puede adentrarse?
Parece existir, pues, una incorrecta asociación de conceptos. Se relaciona la simplificación de lalengua con la reducción de las normas de la misma. Muerto el perro, muerta la rabia. Pero un análisis más esmerado demostraría que simplificar la ortografía no es otra cosa que,paradójicamente, seguir añadiendo normas, preceptos y reglas que ayuden a una sistematización ordenada y coherente de un código. Es necesario, entonces, que se sigan estableciendo, tal y comoinsiste la RAE, unas reglas de juego claras y completas para su aplicación minuciosa e inequívoca. Que se sintetice, ampliándola. Que se simplifique a la japonesa.
Ese modo de entenderun idioma nos permitiría una correcta lectura, compresión y aprendizaje. Sin embargo, la inexistencia de una ortografía completa facilitaría el error. La carestía gramatical nos abocaríaa la observación casuística, a la duda, al estudio de la excepción y, en definitiva, al estudio de un idioma alambicado de una complejidad superior a la que se pretendía salvar.